domingo, 7 de diciembre de 2008

De Cuerpo interrumpido (y sietes sonetos)




I
He decidido
que no lo sepas.
Que el tiempo haga su labor de siglos
y nos llene de polvo
los brazos,
el pecho.

No te lo digo
para que lo bueno se genere de lo bello,
como beso de asesino;
como ángel que en vano un vuelo levantara.

Suave descendió por el afluente,
llegó a la arena.

Por las mansas corrientes vamos,
como hilo náufrago
en las inundadas cuevas del corazón.
Vamos lentos,
nadando y riendo la risa del idiota,
hacia la muerte.

Y aquí permaneces,
en el silencio de tumba, con los cabellos enredados,
¿por qué remansos?,
¿por qué mares que no conozco?
Sigues en tu Cuerpo ahogado y sin luz.

Sonríes indiferente,
caes donde murió la vida un día,
flotas con el alma enajenada,
glacial,
y por eso no te lo digo.


VI
Recorremos el templo en ruinas.
Nos penetra un soma transparente
y nuestro Cuerpo parece abatirse.

Seguimos el susurro que aturde el corazón.
Caemos.
Nos olvidamos.
Nos abandonamos de nosotros mismos
y así, ya nada poseemos.

Templo que se habita.
Presencia que llena todos los rincones.
Aire que se torna una diáfana amatista,
tan dura, que el tiempo no traspasa.

Las ventanas se ennegrecen
con el humo que sube a las columnas.

Ofrendamos nuestro deseo,
todo lo que conservamos,
al dios indiferente.


XI
Cuántas veces deseé
tu desnudez de plaza
del pueblo donde vivimos.
Ahí, donde la tarde y su calor de sueño
era mano en nuestra ropa;
ahí, donde fuimos casi niños sobre el concreto;
donde perseguimos un balón,
mientras el aire de cerro
nos rozaba los muslos
y penetraba nuestros pechos
bellos, brutos.
Cuántas veces nos tocamos sin malicias,
sin que nos poseyera la santa envidia.
Y la muerte era tan lejana
a pesar de que bufaba a nuestro lado.
Cuántas veces nos raspamos la piel
y sangramos entre risas.

Yo, callado,
bajo el alumbrado público,
perseguía tu sombra
o tu cabello largo,
sentado en la banqueta,
esperando a que se despertaran tus labios,
y en ausencia,
sin mover un átomo siquiera,
hasta que te parabas y decías:
“vámonos,
ya se hizo de noche”.


Pierde la vida en esta playa
a la que llegué sin ti, pero contigo encima.
Aquí, donde te soñé desangrándote con el oleaje,
aquí, donde los filos de la luna serpentean.

Como una oración
ofrezco palabras a esta rompiente:
“Entre la muerte en tus gobiernos,
soberbia, sideral.
Río que se lleva las luces que nos representan.
Vida que se escapa sin cárceles de carne.
Bacantes que se petrifican,
danza que muere burilada en el marfil.

Qué te mate la ola que te enviste.
Que te unas a la luz que nos forma y nos destruye.
Que el mar te expulse como a un silfo.

Y que te abandone cerca de mí
para que me tienda sobre tu Cuerpo”.

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