martes, 1 de diciembre de 2009

viernes, 31 de julio de 2009


Y yo, que ya he dicho tantas cosas,
que he callado otras tantas,
que te he dicho lo que no he debido,
hoy me calcino con una piedra el pecho.

He dicho lo que ya no necesita repetirse:
Palimsestos, emulaciones, alusiones escondidas,
y sin encuentrar la palabra nunca.
O ¿será que no existe?

Y sin embargo se lo digo al mundo
porque no puede ser de otra manera
porque he nacido para eso,
y es lo poco que puedo dar ante la noche.

Pero, no me hagas mucho caso.
No me creas todo.
Los poetas mienten por oficio.

Mentira es que deseo tu muerte,
que persigo los deseos perdidos,
que no pretendo nada;
mentira, que me estoy vaciando por dentro
nunca he estado más lleno de mí mismo.
Y he comprendido pequeñas verdades
a pesar de las mentiras,
y ha sido como capturar luciérnagas
con las manos hechas hueco.

Créeme una cosa,
sin embargo:
nada me importa lo que digan,
pues, yo no persigo la Verdad, sino la Belleza.

jueves, 16 de julio de 2009


Querida, Karla:
Hoy, mientras comíamos me dijiste:
“leí tus poemas”.

“Uno debe advertir al otro lo que sabe” dijiste.
Luego me hablaste de un libro recién leído,
¿te acuerdas?

Me hablaste de él y de sus hechos
como quien cuenta de un amante o de un maestro.
“Te enseña la vida”, me dijiste.

“Siempre se hace tarde para las cosas buenas”
“Te advierte que el amor, Afhit,
es irse,
pero no debemos dejar que nos arrastre”.

Yo no podía decirte nada.
En ese momento no era nadie.
No tengo derecho a debatir.
Yo fui el que se equivocó siempre.
Siempre ciego.
No sé qué hacer en medio de la noche constelada.
No tengo paradero. No sé quién soy.

No puedes sin embargo, negarme,
Karla mía,
que tú igual que yo
has sentido una libélula de oro
comerte el alma con desesperación terrible
como la muerte o como un trueno.

Ese gusano que te devora,
cuando sabes que no sabrás nunca
en qué mesa comerá aquél
o con quién.
Quién se acercará a ti después de él,
y por qué razón.
Por qué razón te amarán otros.

No saber dónde parará su carrera loca,
cuándo se tenderá para mirar la noche
o dónde caerá su lágrima cuando su madre muera.

Y enloquecer tú también
porque no lo sabrás nunca.

Nunca sentirás el fluyo de su sangre
ni le rozarás un poco el hombro.

Porque no volverás a prepararle café,
no lo despertarás si se hace tarde,
no envejecerán juntos,
ni lo verás morir.

miércoles, 15 de julio de 2009

Ayer te volví a ver después de tantos días.
Partías el aire con un suspiro
y traías sobre tu piel
todo el sol de esas tierras que no conozco.

Leías un libro que yo te presté
y que amé como a una hermana.

Me diste los buenos días con una indiferencia innecesaria.

Descubrí, para mi asombro,
que todavía hay en mí una espina
olvida sobre la estera en que me tiendo.

¿Amor,
leerás alguna vez Dafnis y Cloe?
¿Querelle?
¿Madame Bovary, siquiera?

No te diste cuenta, pero ambos leíamos.
Tú en el libro y yo en tus labios.
Adivinaba la página,
repetía los diálogos,
quería saberlo todo.
Todo, Amor,
lo que el libro te decía.
Tu pensamiento virgen...

No cabe duda,
el amor y la belleza
son siempre misterios que perturban.

martes, 14 de julio de 2009

A veces he deseado
que un huracán de fuego
recorra el mundo en una noche.
No despertar a esta bruma movediza,
este pantano donde ahogar palomas.

Mira.
La felicidad es una chispa.

Nada me ata a ti.
Pero te busco y te llamo entre los cardos:
volver a ti, a tu llama helada.
Tu canto agreste, tu calcinada herida.

Es como amarrarse al mástil más macizo
deseando que zozobre el barco,
haciendo del mar apaciguado una tumba o un légamo sinuoso.

A veces le rezo a Dios como si estuviera enloquecido
o a punto de morirme.

Otras veces he deseado tu muerte,
o por lo menos,
oh, concesión divina,
que ames a alguien más con la misma fuerza de mi amor caído.

jueves, 28 de mayo de 2009

Carta a mis amigos.





Vuelvo a tomar la pluma después de muchos meses. ¿Ocho, nueve? Dios, han parecido siglos. El letargo de la palabra es un sueño del que cuesta despertar. Tal vez he creído en el aislamiento como en una isla: un barco cargado de violetas, como dice Homero, pero esta carta se la debo a ustedes. Porque así es la vida, una marisma de cosas, un vuelo de esos pájaros que parecen que no van a ningún lado, esas marejadas de pájaros, ¿las han visto?, que van y vienen, como una mancha en el cielo, y nunca chocan uno contra el otro.

He tenido epifanías. Todas ligeras como mariposas. He vivido ríos de pasiones que me inundaron. Las sombras, los silencios, las penas. He cargado flores y no ha habido nadie ahí para recibirlas. Pero ustedes han recogido su aroma antes que su muerte. Los he visto sufrir por sus propias penas y me ha dolido ver que no hay nada que yo pudiera hacer, más que estar allí, presente.

Gracias entonces, gracias. Yo sólo puedo perseguir una sombra vana. Una sola sombra simple que nos cobija en su ternura: la belleza. Cernuda, en su sabiduría de poeta, que casi nadie comprendió nunca, no hablaba con nadie, no creía en nada. Pero amó la misma sombra que yo, y en ella se tendió un día para no levantarse nunca. Él, con su pudor de niño, la llamaba “la hermosura”, ¿ven que bello?, la her-mo-su-ra. ¿Recuerdan Ocnos? Su último libro publicado. Sólo busca eso: capturar los instantes donde la belleza se le presentó, para luego irse, dejándolo como huérfano en medio de la guerra. “Algunos creyeron que la hermosura, por serlo, es eterna […] y aun cuando no lo sea, tal en una corriente el remanso nutrido por idéntica agua fugitiva, ella y su contemplación son lo único que parece arrancarnos del tiempo durante un instante desmesurado”, dice.


Por eso también le llama igual a Ocnos, quien fuera ese bello ser que trenza el pasto que luego le dará a su burro. ¿Puede darle el pasto así, sin trenzar? Sí, sí puede, pero… ¿qué caso tendría?, ¿qué haría entonces el pobre Ocnos? No sirve de nada, pero es bello; eso es todo. Piénselo, sin las hermosas trenzas largas de heno (todo el trabajo de una noche), su vida no guardaría ningún sentido.

Y yo creo que hay mucha belleza en creer en ustedes. En enojarnos por momentos, en volver siempre a ustedes. Hay mucha belleza en el sacrificio y la renuncia, en la muerte, en saber que uno no será ya nunca el mismo después de haber conocido tan de cerca el centro de sí.

El mundo cada vez está más lleno de gente incapaz de percibir la belleza. La verdadera, no aquello que los burgueses confunde con lo bello: ese entramado personal donde las virtudes de su clase, creen ellos, son las que debiéramos seguir todos. Y es por eso que también viven confundidos. Creen que lo que visualmente se ve bonito, o tiene un carácter más o menos parecido a sus ridículas virtudes, es bello. Y no es así. La verdadera belleza no tiene nada que ver con las virtudes. A veces sí, a veces no. Una muerte o una maldad inmunda pueden albergar en su seno la belleza más profunda y pura.

Un dolor tan profundo como los ojos de la muerte. Un sacrificio que no sirve para nada, que no propició a ningún dios, fueron para mí la más excepcional de las hermosuras que yo haya percibido jamás. Nada lo evita. Este mundo está tan lleno de belleza que a veces creo que no voy a soportarlo.

Y sin duda es como recoger flores después de un funeral. Cuando era niño, leí un cuento donde un joven es sometido a pruebas imposibles. Y en una de ellas, prefiere salvar la vida de una abeja que ganarse dos monedas de oro. Esto fue maravilloso, porque fue la abeja salvada la que lo ayuda a superar la última de las pruebas. Esta era descubrir, en un cuarto con cien hermosas princesas muertas, cuál de ellas había bebido miel antes de morir. La abeja se posó en los labios de cada una de ellas como ante la puerta de la muerte y luego fue a decirle el secreto de aquel dulce instante en el oído. Ese pasaje me fascinaba. En mi imaginación, yo era el joven, a veces la abeja, pero a veces, (oh, iluso de mí) creía ser el rey que había matado a sus cien hijas sólo para crear un momento de absoluta hermosura. Ahora descubro que no soy más que un obrero… si acaso una de esas princesas muertas y ni siquiera la principal. Comí cebolla o sal, y no miel, antes de morirme.

Pero también descubrí que esa era la naturaleza del hombre. Percibir la belleza sin poder capturarla un momento. Y eso también a mí me duelo mucho. Quizá por eso también, no acabo de poder lapidar esto que me inunda, porque la sola idea de morir, de dejar la sangre en cualquier calle que pisara, despertar compasión, asco y ternura, para que todo eso no sirva absolutamente de nada, eso, precisamente eso es muy triste, pero también muy bello. Ese es mi destino: el sacrificio, y con ello pagar la cuota de belleza que le debo al mundo.

Espero que después de todo esto y muchas otras cosas más que nos falten por vivir, después de leer esta carta, todavía puedan ver en mí, o en lo que soy ahora, aquél ser que quisieron algún día.

Afhit Hernández.

jueves, 19 de febrero de 2009

Y vuelvo otra vez a Ofelia


Y vuelvo otra vez a Ofelia,
porque esa es la suerte a la que nos encadenan los encuentros.

Porque nada nos ataba a este mundo seco,
nada nos ataba el uno al otro,
y aún así permanecimos juntos.

En la televisión iridiscente
pasan hoy una película de tantas que le gustan.
Esa donde un par de drogadictos oyen a Janis Joplin
mientras viajan a las Vegas en un convertible blanco.

Maybe
Whoa if I could pray, and I try dear
You might come back home - home to me.

Por qué pensar en ti, justo ahora.

Sí, siempre vuelvo a Ofelia,
a recordarle que mi espalda está allí para su abrazo.

Jim Morrison nos canta sordo.
Escucha.

Esa escena donde uno de los drogadictos
se tiende en una tina macilenta,
oyendo a Jefferson Airplaine.
Mira.

Le pide al otro que le asista en su muerte.
Quiere morir justo cuando la última nota de esa canción se extinga.
El radiotransmisor dentro de la tina.

Y sufro una epifanía tiernísima.
Todas esas canciones,
esos difuntos que nos cantas desde aparatos entibiados,
todos los tangos del mundo,
el alcohol y el rock antiguo
todo eso es aquello que nos une.

Oímos esas canciones
porque los dos,
tú y yo,
igual que los parias de la película,
buscamos la canción exacta con la cual morirnos.

Wilbert


No estaba en la sandía,
ni en los peyotes que cultivas en la terraza.

No estuvo tampoco en la breve vida cercana al sueño
o en los amores,
los que se van o los que nunca se han ido,
aunque hayan muerto.

En tu casa nos encontramos con nosotros mismos.
Esas noches calientes,
con lunas o sin ellas,
tan lejísimos el mar y nosotros navegando.
El bochorno tibio del jazmín arábigo
derrite los hielos de nuestros vasos sin nada.

Los horóscopos no son más que pretextos
para pensar en una vida que no es la nuestra,
que dejamos de vivir antes de nosotros mismos,
como si nos repitiéramos mil veces
que la alegría es un pájaro perdido en nuestra sangre.

Y tanta música, cuántos discos,
libros, cafés, la mariposa negra de la poesía,
cigarro, flor y sulfuro,
la hermosa jaula donde perdernos.

No estaba en el llanto,
o en las fiestas donde no conozco a nadie…
Pero igual que yo, tú también buscas algo…
Y yo, igual que tú, no sé tampoco dónde encontrarlo.

Ibán


Mi padre es un ser extraño hecho de mi carne.
El tuyo, Ibán, latió como en un rayo.
“Un solo hombre amé en mi vida”
parecen decir tus poemas,
tus cuentos, tu rostro mismo.

Tú lees poesía como buscando un origen,
otro padre, otra infancia grata;
buscando ese lugar hermoso
que perdimos como un amante que se muriera en nuestros brazos.

¿De dónde provienen los poemas?
De ese mismo hoyo negro,
de ese misterio nunca dicho,
ahí donde van todas nuestras energías desperdigadas,
discontinuas,
como Schopenhauer necio
dando clases a dos o tres en la aulas de Berlín.

Quizá, por eso, Ibán,
nos sentamos en las banquetas al borde de la madrugada,
en alguna calle, aquí o allá,
y nos emborrachamos sin remedio.

Queriendo recuperar el chiquillo moreno que se nos escapó,
hablamos hasta muy tarde sobre el león y la virgen,
leemos, oímos música muy vieja…
A mí me vence el sueño siempre
-te me imaginas un niño-
me dijiste un día – que se duerme en cualquier lado.

Y parece que cuando hablas de lo que amas
no eres tú en ti mismo,
la poesía y el amor te vuelven otro.

Y otra vez más nos ahogábamos la vida en la cerveza,
reíamos por nada,
yo me caía de borracho,
y no importaba cuánto vomitara en los lavabos blancos,
siempre quedaba dentro de mí
ese negro hueco envenado.

Después te dejábamos en la cocina,
con la mirada baja,
el corazón en una mano,
y quizás pensando en tu padre,
en ese poema que todavía no le has escrito.

martes, 17 de febrero de 2009

Metzxóchitl



En el filo de la alberca,
sobre sus hombros de bronce limpio,
resbala una gota de cerveza.

Todos tiritamos de frío,
y llueve,
pero el agua de la alberca se siente tibia,
y se nos olvida el mañana
entre las olitas blandas de la noche.

De repente, Metxóchitl se queda callada.
Mira un punto perdido,
como si quisiera atrapar con la mirada algún recuerdo
una fotografía, una canción, un perfume
que ya nunca volverá.
Y se sumerge.

Yo, la miro en lo profundo.
Supongo que allí todo es silencio.
Allí, su cuerpo flota,
y aguarda la respiración
como si no quisiera salir nunca.

Y me sumerjo.
Y la contemplo como dormida
en el fondo de algún océano inconcebible,
ahogada de nostalgia y de alegría.
Como Afrodita en el mar de Chipre,
con su fondo lleno de palomas de alabastro.

Cuando emergió,
era más ella, más Metzxóchitl.
Y así, con el cabello enredado entre su cuello,
parecía más que nunca una bella ofrenda
lista para tendérsela al destino.

Karla


Quién soñó lo que soñó Karla,
un río de lirios rotos,
una cadena de huesos,
una hermana, un padre, una patria.

Huele a niña,
carga un pétalo en el envés de la mano.
Y no se muerde los labios finos,
pues no se permite ningún gesto débil.
Ni una historia de derrota:
-Esta es la vida- me dijo un día.

-No hay otro momento que éste,
O tú, ¿qué piensas?
Anda, dime algo-

Yo miraba un jazminero y recordaba mi infancia.
Pero ella hablaba del futuro y creaba historia,
Amamantaba un eterno monstruo de ceniza.
Un portento dormido entre los libros.

-O ¿tú qué piensas?
¿Habrá otro momento para nosotros?
¿Quiénes somos, Afhit, de nosotros quién se acordará?-
Me decía, y entrecerraba sus ojos de gaviota.

Y ahí, era tan bella como un filo de Dios
corriendo entre una marejada de yeguas.

No esperaba respuesta
y es ahora que le contesto.
“Quizá nadie se acuerde de nosotros,
pero sé que tu recuerdo sobrevivirá a mi muerte”.

Y sí, tenía razón en todo,
siempre la tuvo;
por eso la quiero tanto:
“Esta es la vida, querido Afhit; no el paraíso”.

Ofelia


Ofelia sabe que la vida es un caudal.
Se sienta en su estera de lino,
lee un libro empezado hace tiempo
y su respiración se hace pesada.

Ofelia sabe que lleva en el pecho una paloma.

Si él llama, calienta el auricular,
toca su lóbulo el teléfono,
luego lo oprime contra su pecho.

Ofelia sonríe cuando habla de nosotros;
la luz pasajera le cae sobre la cara,
le ilumina los ojos, tan cargados de sombras.
Luego duda la duda de la muerte.

Ofelia le canta la canción al vidrio de la ventana.

No hay nada más bello que Ofelia,
cuando se acuerda de su infancia
y habla de su madre,
y de su cuerpo.

Toca su vientre dulce
y piensa en el futuro.

Todos la queremos tanto, tanto.
Yo por Ofelia,
daría todo lo valioso que queda de mi vida.
Pues sé, igual que ella,
que si se ama
debe ser hasta morir esa otra muerte eterna.

Carlos.


Carlos sostiene a su hija sobre su hombro.
La mira en el silencio y el estremecimiento
de quien recibiera todos los años de un solo golpe.

Y crece…
Y se ve más grande, más humano,
como Jesús, Padre nuestro,
al que comparan como una espiga de trigo.
Y sí,
ver a un padre es contemplar una espiga dorada.

Jesús debió tener hijos hermosos.

Carlos es tranquilo como un lago oscuro,
ríe a veces,
y otras más, te mira,
y se sabe con la convicción de aquél
que no puede apagar el incendio de su alma.

Claudia dice que Carlos está enamorado de los momentos;
ella dice sí, y lo quiere tal y como es.

Carlos nació Tauro,
y quizá por eso aguanta.
Lee poesía como quien ara la tierra,
bebe vino,
fuma sobre su asma,
y los zanates siempre lo persiguen .

sábado, 31 de enero de 2009

Poema. Los amantes finales. I


No quisiera irme.
Detenerme aquí, hasta perder el horizonte de mis viajes.

Dedicarme como sacerdote a tu adoración
y encender cada tarde tu centenar de velas;
llenarte los hombros y los muslos de oro.

Jamás partir de ningún lado, nunca irme…
Y sin embargo, como tordo de la ventana,
¿de mí, qué se aleja?
Porque después de ti, ¿qué me aguarda?
¿Debajo de esta escalera, detrás de la puerta,
donde camina la mujer con el niño en brazos
y regresa el obrero cargando una sombra sobre la espalda?

Allá parece que todo se queda,
allá donde el gato se acicala y se enerva
y las mujeres encanecidas, encerradas en sus rebozos de encaje,
se adormecen o musitan;
compran ramilletes de hierbas olorosas.
O vienen desde lejos,
de puertos sureños donde las besó el amor cuando eran jóvenes.

Todavía arrastran la ese
cuando hablan de aquéllos,
y en sueños, todavía los desean.

Tú me miras mirando tanta vida,
triste como un desfiladero.
Y sé que para ti el mañana es un desfiladero,
una playa con huellas que se harán sin nosotros.

No quisiera irme.

Abandonar tu sangre
en hervidero tierno, tenebroso.
Quisiera recostar mi peso sobre tu pecho
y oír la roca que se creía perdida.

Pero estás tú sin el mundo
y no es mundo sino su fantasma.

jueves, 8 de enero de 2009

Días animales. Presentación del libro de Denisse Buendía.


Esta es una presentación que escribimos a dos manos el maestrazo Félix Vergara y su servidor. Denisse es buena poeta, merece alguna lectura.


Días animales, de Denisse Buendía

FÉLIX VERGARA. Hubo una vez un rojo paraíso donde nada era cierto y el deseo se dejaba sujetar por hombres y mujeres incrédulos, aquellos que sepultaron rezos esperando que las piedras florecieran en forma de cangrejos que soñaban con escaleras. La luna era como el sol, una boca anhelante, sin memoria, que germinaba cuando sus anillos reverberaban entre velos opacos, ¿qué viene después de la fábula...?
Ocurrió que los espacios se volvieron grises y para existir fue preciso adelantarse, escurrirse como esqueleto que se desvanece frente al cielo que lo quema. Las sílabas fueron constelaciones, nada estaba dicho, nada era cierto y sin embargo la posesión del mito violentó la boca y sacudió las manos, hasta que cayeron los deseos como animales ciegos que buscaban destruir el azar, y hubo que cantar mientras la casa se derrumbaba, fue imprescindible dejar un testimonio, no conformarse con dibujar escaleras que no llevan a ninguna parte…
Alguien me arrojó del paraíso, […] Huelo un ejército de cucarachas ,/ carcomiéndome el deseo, […] Me asusta / que mis letras exploten / cuando el silencio gire la llave y encienda la luz. / El vacío es la escritura, escuchar la escritura conduce al abismo, y la invención, inspiración, instigación, dimensión del obstáculo, hoguera partida, paraíso de nuevo, otra vez los espacios grises y rojos que taladran el color de su letra proclaman: Escribo como castigo, / reconociendo la adicción a mutilarme. […] Exploto, / me rompo, / aprieto el gatillo…/
La escritura constituye la evocación, la apuesta por el recuerdo se adhiere a la boca y la escritura a la página. Una mujer que quiere ser escritura lo confirma: Esta mujer de memoria despoblada/ sin tinta,/ sin serpientes ni escaleras,/ desterrada del aire. Y advierte: Soy de las que matan,/ y lo olvidan, […] Y acostumbro amar,/ sólo,/ en defensa propia./ Sin embargo, la escritura cobra vida siendo una y múltiples pérdidas donde la pasión deletrea el objeto al que aspira: Para llorarme,/ es necesario olvidar mi voz todas las noches,/ sin tocar el nombre de aquellos que mueren/ por la boca./ ¿Qué hay después de la fábula?

AFHIT HERNÁNDEZ. ¿Y qué hay antes? Sólo días animales. Un mar de soledad donde sólo existe ella. Como Eva, como Litith, bellísima, entregándose a todos los demonios que se encuentran esperando en las afueras del paraíso terrenal.
Todo amor es una expulsión. Todo deseo es la expulsión del paraíso. Y no nos queda más que preguntarnos ¿por qué? ¿Desde dónde proviene este arrebato? ¿Qué gritan los amantes que se ahogan en el centro de nuestro corazón? Señor, ¿qué fuego los consume? ¿Quién soy yo?
Soy yo, / sin vos, / con el corazón atorado, / en un cementerio marino, / de lunas rotas/ Yo soy / sin voz / un escarabajo amarillo / sudando delirio. / Con un olvido de lirios/ acompañándome.
Soy yo, Denisse, también perdiendo la forma en el lenguaje. Viendo derrumbarse mi casa en una nube de silencio. Somos nosotros, Denisse, igual que tú, hombres débiles amamantándonos de muerte. Con un fruto distinto entre las piernas, pero con el mismo fuego recorriendo entre los dendros de las venas. Igual que tú, desnudos.
¿De qué sirve encontrarnos? Pues ese es un saber oscuro. Te atreviste, mujer, a buscarte. Y te enfrentaste a ese espejo negro.
Comenzó a tejer su nombre en una noche cero / maniática y rota comenzó a deletrearse, / a hornear pan para demonios, / a bordarle pasos a los duendes, / y hacer rituales de sal para las brujas. / Una mujer capaz de contener el llanto, / de caminar descalza, / de quemarse la boca, / de arrastrarse como un animal que pide un abrazo fuerte./
Puede irse desnuda a donde nadie ha ido… /
Y ¿quiénes somos en realidad? Maestro, conteste, ¿somos acaso aquellos que ya no somos?
Denisse se encuentra y se desencuentra, se olvida y se transforma en sí misma. Es bruja y es hada. Y sobre todas las cosas, es palabra. Es palabra antes siquiera de ser palabra misma. No hay en su poesía un entramado teórico que justifique la caída. Ni nihilismo, ni racionalismo ni psicoanálisis ni Gestal. ¿Qué importancia tiene todo eso?
Por eso es palabra antes que la palabra. Ese momento donde lo que importa es eso mismo y no otra cosa. Es ese momento mítico en que el tiempo se vuelve transcurrido y nos enfrentamos a esos seres que ya no somos y que seguimos siendo. Es pues el tiempo natural, los días animales.
Sé por la vida,
Que en la lengua de la muerte
Nacen los besos del mundo
Y que de memoria también se llora, cuando los sueños se fracturan.

Yo sé que en cada dedo habita un corazón despostillado
Y que cada mañana me parezco más a los acentos de mi nombre.
Y sé, porque así lo he decidido,
Que soy la extensión de la nostalgia.
Por eso escribo.

Y por eso escribo yo también, Denisse. Por eso también hay tanto fuego que todo lo quema en la palabra. Por eso hay tanto ardor y deseo, porque eso somos, Señor, y eso y todas las cosas: días animales que se enredan en nuestra carne y se vuelven carne o hueso.
O Acaso ¿no es lo mismo Adán que manco?
¿Ceguera que Eva?
¿Olvido que silencio?

Acaso ¿el amor, no se nos rompe en la boca?
Acaso ¿no es el asombro un balcón deshabitado?
¿Y llorar?, ¿no es tener entre las manos la cabeza de Dios?

Sí, Denisse, es todo eso. Y ¿qué es la vida si no un átomo? ¿Qué es la muerte si no un pájaro entre nuestra sangre?, La pregunta lapida y nos envuelve. Y otra vez renace la palabra.
La felicidad es siempre un momento que se ha ido. Pero para eso tenemos la poesía. Creemos falsamente que algo nos devuelve; que de algo nos salva. Creo que hay esa convicción entre tus versos. Pero siempre está esa otra sombra que todo lo cubre. Esa verdad que es tan terrible que queremos que sea pasajera y es eterna: Nada es para siempre y la poesía no nos salva de nada.

FÉLIX VERGARA. Cualquier cosa que hayamos sido, cualquier cosa que seamos tendrá que sobrevenir de manera implacable. Quizá seamos, escribe Denisse, como esos “que mueren por la boca”; con toda seguridad, esta ambición de saciar ciertos inconvenientes como la inconformidad, la amargura, el remordimiento o todo lo que tiene rasgos de “desventurado” no se explica por sí misma y hay que buscar los modos de expresarla.
Somos implacablemente lo que ya no somos, aquellos que, como dices, se ahogan en el centro sin saber de dónde viene el arrebato.
Cada minuto, te encuentras batallando con la angustia y el deseo se trepa por tus ojos, los ocupa como si fuera un parásito carcomido por el ansia: deseo, angustia, ansia, así, en conjunto, como si se tratara de una conspiración. Cada día que transcurre es, por tanto, una conspiración contra la que estás desarmado; por este motivo, el refugio más reconfortable y simultáneamente el más despiadado es el de la fantasía. Debajo de la cama hay duendes, brujas y cabezas degolladas que piden compasión; hablas de tus pesadillas con goce, sabes que es momento de soltar a todas esas bestias, que ellas saben hacia dónde dirigirse.
Hay arañas y bufones debajo de mi cama / y el alma parece animal herido, / arrepentido…/ La fábula concede amparo a la pesadilla: Me dije: para estrangularte… / Te dije: hay que tener dedos de hada. / Voy a contarte una historia en primera persona y dormida. / […] Amé a esa mujer eterna desde el cielo hasta el olvido, / amé sus pesadillas y aprendí a cazar las brujas / que dormían bajo su cama. /
Antes de la fábula, en los días animales que Denisse apresa con la intención de también poder conspirar, en el fondo del espejo negro que ha enfrentado, parece haber una conciliación entre la pesadilla y la fantasía. Quizá por ello, en su poesía hay un aliento mítico reforzado por un aliento místico. Sí, es un saber oscuro el encontrarse. O acaso, un encuentro que quisiéramos precisar. Me parece que el plano de su búsqueda se tiende sobre estos horizontes, aunque el infierno, ese significante que ella también hace íntimo, rodea la atmósfera del edén con significados de carácter casi onírico: Yo ya conocía a los monstruos que lloran/ por no tener espalda, / mas no sabía que el infierno se llamaba mío.
En otro lado, el amor erótico se revela a través de significantes y tonos vinculados con la tradición cristiana: Santo patrón de mi vientre, / santo eclipse de todos mis días. / No obstante, el acento erótico en muchas imágenes funciona al margen de esta premisa. Enroscada en tu sexo, / me vuelvo de sal, / como la bruja que olvidó su escoba. /
Pero ese amor que es un infierno, el edén posible gracias a la fantasía, cobra forma en la pesadilla de lo real que, no hay otra alternativa, es libremente asumido: Algo me quema desde el infierno ventral,/ hasta el vientre infierno,/ y me llevan las cenizas a un puerto sin voz,/ a aullarme en otra pena./ Me volví loca con mi consentimiento, / y fui dejando las heridas, / en un mar que no me pertenece… /
A veces, en esta relación entre lo erótico y lo divino, este último no encuentra forma, y si la encuentra, trae consigo el olvido: Hay esqueletos de agua / junto al Dios del frío, / besos moribundos en la palma de un olvido. A veces, en esta relación entre el amor y su maligna consumación, el mar de soledad, el espejo y el silencio, es el tiempo quien azota el rostro en sus días animales: Mudos triángulos silabean el agua, / y la culpa de Eva en mis animales solos. […]Yo nací en días animales,/ aprendí a dormir silencios… […] Días… / Donde la línea del olvido/ suele morderle la memoria al diablo./
El pasmo frente al tiempo se simboliza en la mirada que el tiempo amenaza con destruir, la angustia intima con la nostalgia. Existe una hora acurrucada en mis ojos, / temblando de tiempo, / cuando descubre que todos los relojes la rechazan, / la golpean, / le gritan cosas espantosas. […] Hay un tiempo en mi tiempo, / donde mis ojos me abandonan. / Es para volverme noche, que me desnudo. /
Y la mujer escritura se desnuda para el carnaval de la ignominia, la bruja que cicatriza en su boca las caricias del amor… Hubo una vez un infierno donde todo había sido dicho y el tiempo, como un sueño sin cuartel, mantuvo los ojos abiertos y nos dio la espalda. Nada es para siempre y la poesía no nos salva de nada.

lunes, 5 de enero de 2009

Felicitación navideña y de año nuevo.


No puedo evitarlo. Les deseo feliz navidad y año nuevo a todos. Mandé una ridícula felicitación por mail y no esperaba la respuesta de ello, pero muchos, muchos me contestaron de manera personal y me llenó el corazón de gozo. Incluyendo una carta de una gran poeta mexicana. Verla, abrirla, leerla. Sentir cómo se llena el pecho de una tibieza extraña.

No puedo hacer que sientan lo mismo, pero puedo intentarlo.

Los quiero. Neta...

Afhit.

jueves, 1 de enero de 2009

Poema de Rosana Acquaroni




CUANDO TODO SE MECE...
Es horrible ser dos inútilmente.
Antonio Gamoneda

Cuando todo se mece sobre el párpado abierto de la noche
y se oyen las pisadas de los últimos porteadores de sueños que se alejan,
cuando la luz ya es término arterial
que la memoria traza desde dentro
y oímos germinar sin acritud
del talar de la sangre
bajo el peso de un labio,
ella se enciende sola.
Mi lámpara rebelde
arde como áspera piel de las sirenas,
disemina palabras
que son naipes sin luz
sobre la hierba.
Las bautiza
las hunde
en las diademas de la noche.
Es horrible ser dos inútilmente
y por eso la dejo gozar de mi tristeza,
nadar contracorriente
en la crecida de otra voz que no alumbra la ceguera
y se enciende
tal vez
más allá de nosotros.

De "Lámparas de arena" 2000