lunes, 15 de diciembre de 2008

Caos y narración: El lenguaje como competencia académica..




Esta es una ponencia que dicté en el Tec, la subo porque maestros muy queridos me lo han pedido, ojalá sirva de algo. Un abrazo a todos.

Esta ponencia dicta sobre el lenguaje como una competencia profesional: Comunicación Oral y Escrita. Busca indagar en los planteamientos ontológicos que determinan al lenguaje para mirarlo con esa perspectiva en la realidad académica. Además pretende incidir en la ética de la visión que se le da al lenguaje en el aula en el siglo XXI y cómo enfrentamos ese riesgo actualmente. Pretende, a su vez, y esto como finalidad primera, despertar una conciencia en el oyente sobre la importancia ontológica del lenguaje y su poder de concreción real y cotidiana.
Sin embargo evita repetir conceptos ya sobregirados, remirados. No me queda la menor de las dudas de que todos los presentes tienen muy claro lo que significa el lenguaje para su quehacer de profesores y profesionales. Todos aquí tenemos muy en claro que una de las herramientas primeras que el docente cuenta para impartir conocimiento es la palabra. En este sentido, el profesor habla. El alumno, escucha. Es de vital importancia que el profesor domine esta competencia en la medida en que las necesidades de su materia les exijan. Pero esto va más allá en dominar una serie de terminología propia de la materia: kinesiología, hermenéutica, monocotiledóneo, axioma, esternocleidomastoideo, elipsis, proposopeya, metagoje, etc. Va más allá. Cada clase es una narración, un discurso. Las materias mismas que impartimos son una narración articulada de la que sólo brindamos al alumno algunos fragmentos; a dichos fragmentos les otorgamos sentido también con el lenguaje, porque sencillamente, la narración completa de nuestra materia no la conocemos. Pero la intuimos.
Al propósito de esto, Freiner dice lo siguiente:
Cuando más analizamos las relaciones educador – educando dominantes en la escuela actual en cualquiera de sus niveles (o fuera de ella) más nos convencemos de que estas relaciones presentan un carácter especial y delimitante –el de ser relaciones de naturaleza fundamentalmente narrativa, discursiva, disertadora. La narración de contenidos que, por ello mismo, tienden a petrificarse o a transformarse en algo inerme, sean estos valores o dimensiones empíricas de la realidad. Narración y disertación que implica un sujeto –el que narra- y objetos pacientes –los alumnos.

Cada conocimiento que pretendemos brindar primero que otra cosa es narración, es discurso, es lenguaje. Si no fuera así, no tendría sentido. Esa es una de las ideas importantes de este ensayo: debemos tomar conciencia de que el mundo es lenguaje. Esto mismo que hoy ofrezco, esta disertación y lo que venga después de ella, no es más que eso: lenguaje. Pero no hay error en decir que ese lenguaje articula nuestra realidad, la ordena en símbolos y concreciones: El poeta francés Baudelaire dijo alguna vez: “El mundo es un bosque de símbolos. Pobre de aquel que no sepa leerlos”.
Esa es la idea; no se trata entonces de decir aquí nada nuevo, ¿qué pudiera decir yo, maestros, que no conozcan ya? Se trata de reafirmar algo que a veces se difumina. Porque el lenguaje es una competencia, sí, pero no sólo profesional sino para la vida misma. Aquel que sepa desentrañar las aristas del lenguaje no sólo estará poseyendo una herramienta para ser competitivo internacionalmente, sino que estará construyendo literalmente su propio mundo. Los creacionistas nos lo enseñaron: Vicente Huidobro decía: “el poeta es un pequeño dios” pues crea con la palabra. Y como profesores nuestro deber es ese, crear, construir, acrecentar.
Con cada palabra que sale de nuestra boca cuando enseñamos, construimos o ayudamos al alumno a construir su mundo y su realidad. Son famosos los ejemplos de los esquimales que, donde nosotros solo vemos blanco, ellos distinguen casi 30 tipos de blancos, pues tienen 30 nombres para nombrarlos. En la Ilíada, Afrodita baja al fragor de una batalla vestida de armadura y lucha hombro con hombro con los guerreros, pero como seguro recuerdan, Afrodita debe bajar a la tierra desde el Olimpo no ha luchar, sino a hacer el amor, porque esa es su función. Para eso nació ella, para hacer el amor y no la guerra; por eso en plena batalla, pierde el control de las armas y es herida en un seno por un hermoso mortal, y a la divina, a la alta, a la rodeada de palomas, le sale del pecho herido un líquido llamado Ikor. Y ¿qué es el Ikor?, ¿existía el Ikor en su mundo antes de que yo se los mencionara?, ¿he acrecentado un poco siquiera su mundo, al nombrar la hermosa sustancia que corre por las venas de los dioses, donde nosotros sólo tenemos sangre? Yo creo que un poco, sí.
Vamos a adentrarnos en posturas más filosóficas. “El límite de nuestro mundo es el límite de nuestro lenguaje” dijo el filósofo alemán Wittgestein. Invito a las personas aquí presentes a que piensen en algo que no exista. Que no exista ni siquiera de manera no concreta. No se vale pensar en unicornios por ejemplo, pues existen en la imaginación, aunque carezcan de materia. Si no me creen, reflexionen un poco en los sentimientos por ejemplo, el amor o la muerte no tiene materia alguna y sin embargo ¿alguno de los presentes duda que existen?
Y volviendo a la pregunta, ¿encontraron algo que no exista? Nómbrenmelo. Es imposible pues en el momento en que la nombro, eso que es improbable, inexistente, increado, se vuelve probable, existente y creado; ergo, todo lo que existe tiene nombre o forma; ergo, todo lo existente es lenguaje.
En este sentido, se ha dicho ya mucho que el pensamiento es lenguaje. Se ha demostrado por tendencias modernas de la neurología que el pensamiento va más allá de eso. Es lenguaje, sí, pero es otra cosa más que no podemos ni siquiera imaginar. Pero lo importante aquí es lo primero. Pensamos en palabras, por lo tanto, la propiedad en el lenguaje, será la propiedad en el pensamiento. Hace poco me preguntaba un alumno que cómo podía darse cuenta él de que la gente era inteligente. No puede darle un examen a cada persona que conoce y decirle: “contéstelo y luego platicamos a ver si me conviene su amistad”. Pero una persona que demuestre propiedad en su lenguaje, dije yo, demostrará propiedad, orden, estructura, belleza, en su pensamiento. Y con esto no quiero decir que todo el tiempo hable con barroquismos y figuras que nadie entiende solo para demostrar su cultura. El hombre culto no es aquel que hable solamente de manera culta, sino que el que sabe moverse entre los distintos niveles del lenguaje, demostrando también que sabe perfectamente adecuarse al nivel que en el que está hablando.
Ya hace un momento mencionaba que nuestras materias son lenguajes, discursos, construcciones de las que no nos queda más que ofrecer fragmentos reducidos a elementos manejables por el hombre. El escritor de Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll, mencionó alguna vez la anécdota de un rey que le encantaba salir al bosque a pasear pero invariablemente siempre se perdía. Así que decidió hacer un mapa del bosque. Así no se perdía y disfrutaba de sus paseos. Pero pronto lo poseyó la ambición y quiso crear un mapa perfecto, más exacto a ese bosque. Y lo logró, pero no era suficiente, algo lo obligaba a señalar cada piedra, cada riachuelo, cada árbol. Su obsesión llegó tan lejos que quiso imitar cada hoja de cada árbol de su amado bosque en su también amado mapa. ¿Saben lo que pasó? Qué se perdió también en el mapa.
El lenguaje nos ayuda a reducir el caos del mundo en un orden manejable. Nos ayuda a que el hombre que disfruta del bosque no se pierda en el bosque mismo, pero no puede entonces el lenguaje capturar el mundo mismo en su totalidad, aunque lo construya, porque entonces, el hombre mismo se perdería en ese bosque del lenguaje. Y sería un ser doblemente perdido. Quizá por eso, Heráclito, esa lumbrera espiritual de la antigüedad griega llamó a la unidad universal Logos, que quiere decir palabra. El ser es el logos. El todo es la palabra. De hecho dijo también: “No a mí, sino habiendo escuchado al logos, es sabio decir junto a él que todo es uno”. Tomando al logos como la gran unidad de la realidad acaso lo real. Heráclito nos pide que escuchemos al logos. No que hagamos uso de él. También la tradición cristiana, tan rica en metáforas, llama a Dios, Verbo. El verbo que se vuelve carne: pues antes existía la palabra.
Pero si ya tenemos claro que el lenguaje es una herramienta vital, ¿todo termina ahí? No. No es sólo, y ni remotamente, una herramienta. Va más allá, debe ir más allá. Si consideramos al lenguaje una herramienta estamos vendiéndonos a la peor de las pasiones: el poder. La palabra es también poder: En un fragmento de Alicia a través del espejo del mismo Lewis Carroll, la niña habla con el conejo, quien le dice: “Niña, pásame la verde libertad bien fundamentada”. Alicia respondió, al ver que éste señalaba la mostaza: “¿te refieres a la mostaza?” El conejo dice: “No, es la verde libertad bien fundamentada”. Alicia, resopla, “está dispuesta a luchar por su palabra. No es la verde libertad bien fundamentada; es la mostaza”. El conejo responde, “si fuera la mostaza y no la verde libertad bien fundamentada, yo no mandaría aquí”.
Y como el conejo mandaba en aquel lugar, era la libertad bien fundamentada. Ustedes profesores detentan el poder más peligroso que cualquier arma, la palabra. Son un poco más poderosos que los alumnos que no la detentan. Pues queremos alumnos callados, que no hablen; antes al contrario, que escuchen.
Detenten bien esta arma. La verdadera libertad provendrá del hecho de cómo se ejerce ese poder de la palabra: Freire decía “Nadie libera a nadie, ni nadie se libera sólo. Los hombres se liberan en comunión.”
De hecho, limitar al lenguaje como una mera herramienta mediática para lograr un fin, sea cual fuere éste, es pragmático e incluso antiético. No debemos entonces creer en ninguna circunstancia que enseñamos al alumno a manejar esta competencia sólo, digamos, para hacerse rico o para convencer de algo en su propia conveniencia. Sino que debemos enseñar el lenguaje como un sistema en sí mismo. Como una forma de pensamiento que es valiosa por el mero hecho de existir y que representa ontológicamente para nosotros un determinante de nuestras propias vidas. Tampoco, creo humildemente debemos promover una asepsia absurda y simplificada del lenguaje. Eso es la muerte. La lengua es de quien la habla y debe hablar cómo quiera que quiera. Profesores, no existen las malas palabras, existen las palabras mal usadas y esto significa decir una buena palabra o una mala palabra donde el contexto no lo necesite. Sin embargo es deber del profesor brindar a los alumnos la gama de posibilidades para que él a partir del conocimiento, escoja cuál decide usar. Pues mientras hable desde la ignorancia no podemos hablar de libertad: el alumno hace uso de lo que tiene.
Yo creo que nos molestan las llamadas ‘malas palabras’ porque nos imponen un caos a nuestro orden. También por eso tenemos quizá algunos de nosotros un afán inquebrantable de andar corrigiendo a diestra y siniestra cuando alguien habla mal. Hubo un tiempo que ha su servido también se le enchinaba la piel cuando alguien decía accesar en lugar de acceder, o coadyuvar en lugar del puro contribuir. Pero, creo también humildemente que ese no es el camino. No se puede andar por la vida corrigiendo a todos. Porque acá entre nos, muchas veces las correcciones ni siquiera eran correctas, como aquellos que piensan que gentes está mal o que no comprenden que la ese final del dijistes o usastes no es más que un rescoldo anacrónico del dijisteis o usasteis. Pero nos molesta porque eso nos mueve el ligero orden que a fuerza de mucha historia y mucho empeño, hemos medianamente impuesto y en el cual nos sentimos más o menos seguros. Hemos, igual que el rey de la anécdota Lewis Carrol, construido un mapa donde no nos perdemos y si nos lo mueven, se nos derrumba. Pero, perdidos, el hombre mismo está perdido en sus propios mundos. Este coloquio es muestra de nuestro noble esfuerzo por hallar asideros donde prendernos y navegar la vida. No se me malinterprete tampoco. Creo que hay que corregir, sí, esa es nuestra función, pero debemos ofrecer al otro las posibilidades desde donde vaya a escoger si quiere o no usar tal o cual palabra. Corregir no es necesariamente imponer. De hecho, imponer es romper con el orden que el otro había construido para sí mismo, y donde él también se sentía tranquilo. Y ya quedó claro, creo, que eso no nos gusta a nadie.
Pongo por ejemplo esta frase: “A quien los dioses destruyen, primero lo enloquecen”. Esta frase en latín se dice: quem deus vult perdere, dementat prius. En griego quizá se oiga más bello: On Jeos Jelei apolesai, prot apojre nai.
“A quien los dioses quieren destruir, primero lo enloquecerán”. No sabemos quién dijo estas palabras. La erudita Ruth Padel (2005) buscó, cual Fausto, algún indicio del autor de estas palabras: No lo halló. Concluye que quizá esta frase provenga de las experiencias que las tragedias dejaron en los griegos en los ingleses del siglo XIX. Pero es una frase que guarda una verdad tan oscura como profunda, tanto, que quisiéramos que fuera muy antigua, más que los hombres mismos.
Y de hecho lo es. Cuando en el cristianismo se le ruega a Dios que “no nos deje caer en tentación” (tentación que en griego es peirasmón, lucha, prueba) estamos expresando un verdadero temor. “Dejarnos caer en tentación es algo que Dios puede hacer. Que Dios ha hecho” (Padel, 25).
Y vuelvo para causar en sus mentes un eco: “a quien los dioses quieren destruir, primero lo enloquecen”. La locura es algo que la modernidad considera como uno de los grandes flagelos que el pensamiento racional debe combatir. Es nuestro deber luchar contra la impiedad, la destrucción, la irracionalidad, en fin, el caos. Pero debemos entender que la locura no es más que una vivencia “que delatan las potencias que rigen nuestras vidas” (Padel, 102). Y ¿qué es la locura?, caos, y ¿qué es el caos? Falta de lenguaje.
En muchas cultura, en sus mitos propiamente, el origen de todas las cosas es el Caos, el gran Kaos griego padre preolímpico de todos los dioses. El caos de la India, del Cristianismo desde donde “el verbo” “la palabra” se hizo carne y le dio orden al mundo. La palabra, es decir, el lenguaje ordena el caos en el que vivimos, otorga sentido a nuestro mundo y nuestra realidad en la que a veces pareciera que todo se confunde. Más ahora, en estos momentos donde tantas veces repetimos la palabra crisis.
Y en este mundo que pretendemos organizar bajo códigos lingüísticos establecidos, cualquier caos, cualquier locura, queremos erradicarla. Y si el orden es lenguaje, advierto lo siguiente que ya nos lo había predicho el surrealismo: la desarticulación del lenguaje es también la desarticulación de la realidad. Allí radica su importancia. El lenguaje sencillamente lo es todo.
Y hablemos ahora de la competencia del lenguaje escrito. ¿Por qué es una competencia que nuestros alumnos deben manejar? Sí, para promover sus ideas, para saber comunicarse con el mundo, etc. Pero otra vez no vengo aquí a repetir lo que ya se dijo. Sino a reafirmar una profundidad que ha veces se nos olvida. La palabra escrita es el invento más importante de la humanidad. Jorge Luis Borges lo dijo: toda la tecnología es una extensión de nuestra fuerza. El hombre es débil, no corre cual chita a 90 km por hora. No vuela como los pájaros, no nada como los peces, no levanta pesos inmensos como los elefantes, por eso inventa automóviles, aviones, submarinos, grúas; porque todo eso no es más que extensión de su fuerza, y todo eso demuestra lo debiluchos que somos. Sin embargo, el libro no es la extensión de ninguna fuerza física; es la extensión de pensamiento mismo, de la inteligencia. Por eso es necesario que los alumnos escriban correctamente. Para que dejen evidencia de lo que son y esto es más poético y espiritual que útil. Pero a veces, nos confundimos en creer que si no sirve para nada, si no le encontraré finalidad práctica, ¿para qué pierdo el tiempo con eso? ¿Para qué leer una novela?, ¿para qué contemplar las flores?, ¿para qué dedicarle un momento a la reflexión?
A manera de conclusión, yo los invito que nos alejemos un poco de las finalidades prácticas para justificar las competencias y veamos más allá. Indaguemos un poco en el espíritu. En nuestro ser como humanidad. ¿No es ese acaso parte de la misión del Tecnológico, volver más al carácter humanístico del mundo? Y eso sólo se logrará tomando parte de una conciencia vital: siempre habrá un más allá. Un momento más profundo donde se refleje el hombre mismo y toda su obra. Donde se vea que la belleza, la razón y la vida se sustenta en sustancia que no comprendemos y mucho menos dominamos, pero que es destino del hombre amarlas y dejar la sangre en ello.
Muchas gracias.

1 comentario:

Alma Karla dijo...

Gracias. Es una gran idea tener el documento acá para repensarlo.

Besos, K.