lunes, 15 de diciembre de 2008

Caos y narración: El lenguaje como competencia académica..




Esta es una ponencia que dicté en el Tec, la subo porque maestros muy queridos me lo han pedido, ojalá sirva de algo. Un abrazo a todos.

Esta ponencia dicta sobre el lenguaje como una competencia profesional: Comunicación Oral y Escrita. Busca indagar en los planteamientos ontológicos que determinan al lenguaje para mirarlo con esa perspectiva en la realidad académica. Además pretende incidir en la ética de la visión que se le da al lenguaje en el aula en el siglo XXI y cómo enfrentamos ese riesgo actualmente. Pretende, a su vez, y esto como finalidad primera, despertar una conciencia en el oyente sobre la importancia ontológica del lenguaje y su poder de concreción real y cotidiana.
Sin embargo evita repetir conceptos ya sobregirados, remirados. No me queda la menor de las dudas de que todos los presentes tienen muy claro lo que significa el lenguaje para su quehacer de profesores y profesionales. Todos aquí tenemos muy en claro que una de las herramientas primeras que el docente cuenta para impartir conocimiento es la palabra. En este sentido, el profesor habla. El alumno, escucha. Es de vital importancia que el profesor domine esta competencia en la medida en que las necesidades de su materia les exijan. Pero esto va más allá en dominar una serie de terminología propia de la materia: kinesiología, hermenéutica, monocotiledóneo, axioma, esternocleidomastoideo, elipsis, proposopeya, metagoje, etc. Va más allá. Cada clase es una narración, un discurso. Las materias mismas que impartimos son una narración articulada de la que sólo brindamos al alumno algunos fragmentos; a dichos fragmentos les otorgamos sentido también con el lenguaje, porque sencillamente, la narración completa de nuestra materia no la conocemos. Pero la intuimos.
Al propósito de esto, Freiner dice lo siguiente:
Cuando más analizamos las relaciones educador – educando dominantes en la escuela actual en cualquiera de sus niveles (o fuera de ella) más nos convencemos de que estas relaciones presentan un carácter especial y delimitante –el de ser relaciones de naturaleza fundamentalmente narrativa, discursiva, disertadora. La narración de contenidos que, por ello mismo, tienden a petrificarse o a transformarse en algo inerme, sean estos valores o dimensiones empíricas de la realidad. Narración y disertación que implica un sujeto –el que narra- y objetos pacientes –los alumnos.

Cada conocimiento que pretendemos brindar primero que otra cosa es narración, es discurso, es lenguaje. Si no fuera así, no tendría sentido. Esa es una de las ideas importantes de este ensayo: debemos tomar conciencia de que el mundo es lenguaje. Esto mismo que hoy ofrezco, esta disertación y lo que venga después de ella, no es más que eso: lenguaje. Pero no hay error en decir que ese lenguaje articula nuestra realidad, la ordena en símbolos y concreciones: El poeta francés Baudelaire dijo alguna vez: “El mundo es un bosque de símbolos. Pobre de aquel que no sepa leerlos”.
Esa es la idea; no se trata entonces de decir aquí nada nuevo, ¿qué pudiera decir yo, maestros, que no conozcan ya? Se trata de reafirmar algo que a veces se difumina. Porque el lenguaje es una competencia, sí, pero no sólo profesional sino para la vida misma. Aquel que sepa desentrañar las aristas del lenguaje no sólo estará poseyendo una herramienta para ser competitivo internacionalmente, sino que estará construyendo literalmente su propio mundo. Los creacionistas nos lo enseñaron: Vicente Huidobro decía: “el poeta es un pequeño dios” pues crea con la palabra. Y como profesores nuestro deber es ese, crear, construir, acrecentar.
Con cada palabra que sale de nuestra boca cuando enseñamos, construimos o ayudamos al alumno a construir su mundo y su realidad. Son famosos los ejemplos de los esquimales que, donde nosotros solo vemos blanco, ellos distinguen casi 30 tipos de blancos, pues tienen 30 nombres para nombrarlos. En la Ilíada, Afrodita baja al fragor de una batalla vestida de armadura y lucha hombro con hombro con los guerreros, pero como seguro recuerdan, Afrodita debe bajar a la tierra desde el Olimpo no ha luchar, sino a hacer el amor, porque esa es su función. Para eso nació ella, para hacer el amor y no la guerra; por eso en plena batalla, pierde el control de las armas y es herida en un seno por un hermoso mortal, y a la divina, a la alta, a la rodeada de palomas, le sale del pecho herido un líquido llamado Ikor. Y ¿qué es el Ikor?, ¿existía el Ikor en su mundo antes de que yo se los mencionara?, ¿he acrecentado un poco siquiera su mundo, al nombrar la hermosa sustancia que corre por las venas de los dioses, donde nosotros sólo tenemos sangre? Yo creo que un poco, sí.
Vamos a adentrarnos en posturas más filosóficas. “El límite de nuestro mundo es el límite de nuestro lenguaje” dijo el filósofo alemán Wittgestein. Invito a las personas aquí presentes a que piensen en algo que no exista. Que no exista ni siquiera de manera no concreta. No se vale pensar en unicornios por ejemplo, pues existen en la imaginación, aunque carezcan de materia. Si no me creen, reflexionen un poco en los sentimientos por ejemplo, el amor o la muerte no tiene materia alguna y sin embargo ¿alguno de los presentes duda que existen?
Y volviendo a la pregunta, ¿encontraron algo que no exista? Nómbrenmelo. Es imposible pues en el momento en que la nombro, eso que es improbable, inexistente, increado, se vuelve probable, existente y creado; ergo, todo lo que existe tiene nombre o forma; ergo, todo lo existente es lenguaje.
En este sentido, se ha dicho ya mucho que el pensamiento es lenguaje. Se ha demostrado por tendencias modernas de la neurología que el pensamiento va más allá de eso. Es lenguaje, sí, pero es otra cosa más que no podemos ni siquiera imaginar. Pero lo importante aquí es lo primero. Pensamos en palabras, por lo tanto, la propiedad en el lenguaje, será la propiedad en el pensamiento. Hace poco me preguntaba un alumno que cómo podía darse cuenta él de que la gente era inteligente. No puede darle un examen a cada persona que conoce y decirle: “contéstelo y luego platicamos a ver si me conviene su amistad”. Pero una persona que demuestre propiedad en su lenguaje, dije yo, demostrará propiedad, orden, estructura, belleza, en su pensamiento. Y con esto no quiero decir que todo el tiempo hable con barroquismos y figuras que nadie entiende solo para demostrar su cultura. El hombre culto no es aquel que hable solamente de manera culta, sino que el que sabe moverse entre los distintos niveles del lenguaje, demostrando también que sabe perfectamente adecuarse al nivel que en el que está hablando.
Ya hace un momento mencionaba que nuestras materias son lenguajes, discursos, construcciones de las que no nos queda más que ofrecer fragmentos reducidos a elementos manejables por el hombre. El escritor de Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll, mencionó alguna vez la anécdota de un rey que le encantaba salir al bosque a pasear pero invariablemente siempre se perdía. Así que decidió hacer un mapa del bosque. Así no se perdía y disfrutaba de sus paseos. Pero pronto lo poseyó la ambición y quiso crear un mapa perfecto, más exacto a ese bosque. Y lo logró, pero no era suficiente, algo lo obligaba a señalar cada piedra, cada riachuelo, cada árbol. Su obsesión llegó tan lejos que quiso imitar cada hoja de cada árbol de su amado bosque en su también amado mapa. ¿Saben lo que pasó? Qué se perdió también en el mapa.
El lenguaje nos ayuda a reducir el caos del mundo en un orden manejable. Nos ayuda a que el hombre que disfruta del bosque no se pierda en el bosque mismo, pero no puede entonces el lenguaje capturar el mundo mismo en su totalidad, aunque lo construya, porque entonces, el hombre mismo se perdería en ese bosque del lenguaje. Y sería un ser doblemente perdido. Quizá por eso, Heráclito, esa lumbrera espiritual de la antigüedad griega llamó a la unidad universal Logos, que quiere decir palabra. El ser es el logos. El todo es la palabra. De hecho dijo también: “No a mí, sino habiendo escuchado al logos, es sabio decir junto a él que todo es uno”. Tomando al logos como la gran unidad de la realidad acaso lo real. Heráclito nos pide que escuchemos al logos. No que hagamos uso de él. También la tradición cristiana, tan rica en metáforas, llama a Dios, Verbo. El verbo que se vuelve carne: pues antes existía la palabra.
Pero si ya tenemos claro que el lenguaje es una herramienta vital, ¿todo termina ahí? No. No es sólo, y ni remotamente, una herramienta. Va más allá, debe ir más allá. Si consideramos al lenguaje una herramienta estamos vendiéndonos a la peor de las pasiones: el poder. La palabra es también poder: En un fragmento de Alicia a través del espejo del mismo Lewis Carroll, la niña habla con el conejo, quien le dice: “Niña, pásame la verde libertad bien fundamentada”. Alicia respondió, al ver que éste señalaba la mostaza: “¿te refieres a la mostaza?” El conejo dice: “No, es la verde libertad bien fundamentada”. Alicia, resopla, “está dispuesta a luchar por su palabra. No es la verde libertad bien fundamentada; es la mostaza”. El conejo responde, “si fuera la mostaza y no la verde libertad bien fundamentada, yo no mandaría aquí”.
Y como el conejo mandaba en aquel lugar, era la libertad bien fundamentada. Ustedes profesores detentan el poder más peligroso que cualquier arma, la palabra. Son un poco más poderosos que los alumnos que no la detentan. Pues queremos alumnos callados, que no hablen; antes al contrario, que escuchen.
Detenten bien esta arma. La verdadera libertad provendrá del hecho de cómo se ejerce ese poder de la palabra: Freire decía “Nadie libera a nadie, ni nadie se libera sólo. Los hombres se liberan en comunión.”
De hecho, limitar al lenguaje como una mera herramienta mediática para lograr un fin, sea cual fuere éste, es pragmático e incluso antiético. No debemos entonces creer en ninguna circunstancia que enseñamos al alumno a manejar esta competencia sólo, digamos, para hacerse rico o para convencer de algo en su propia conveniencia. Sino que debemos enseñar el lenguaje como un sistema en sí mismo. Como una forma de pensamiento que es valiosa por el mero hecho de existir y que representa ontológicamente para nosotros un determinante de nuestras propias vidas. Tampoco, creo humildemente debemos promover una asepsia absurda y simplificada del lenguaje. Eso es la muerte. La lengua es de quien la habla y debe hablar cómo quiera que quiera. Profesores, no existen las malas palabras, existen las palabras mal usadas y esto significa decir una buena palabra o una mala palabra donde el contexto no lo necesite. Sin embargo es deber del profesor brindar a los alumnos la gama de posibilidades para que él a partir del conocimiento, escoja cuál decide usar. Pues mientras hable desde la ignorancia no podemos hablar de libertad: el alumno hace uso de lo que tiene.
Yo creo que nos molestan las llamadas ‘malas palabras’ porque nos imponen un caos a nuestro orden. También por eso tenemos quizá algunos de nosotros un afán inquebrantable de andar corrigiendo a diestra y siniestra cuando alguien habla mal. Hubo un tiempo que ha su servido también se le enchinaba la piel cuando alguien decía accesar en lugar de acceder, o coadyuvar en lugar del puro contribuir. Pero, creo también humildemente que ese no es el camino. No se puede andar por la vida corrigiendo a todos. Porque acá entre nos, muchas veces las correcciones ni siquiera eran correctas, como aquellos que piensan que gentes está mal o que no comprenden que la ese final del dijistes o usastes no es más que un rescoldo anacrónico del dijisteis o usasteis. Pero nos molesta porque eso nos mueve el ligero orden que a fuerza de mucha historia y mucho empeño, hemos medianamente impuesto y en el cual nos sentimos más o menos seguros. Hemos, igual que el rey de la anécdota Lewis Carrol, construido un mapa donde no nos perdemos y si nos lo mueven, se nos derrumba. Pero, perdidos, el hombre mismo está perdido en sus propios mundos. Este coloquio es muestra de nuestro noble esfuerzo por hallar asideros donde prendernos y navegar la vida. No se me malinterprete tampoco. Creo que hay que corregir, sí, esa es nuestra función, pero debemos ofrecer al otro las posibilidades desde donde vaya a escoger si quiere o no usar tal o cual palabra. Corregir no es necesariamente imponer. De hecho, imponer es romper con el orden que el otro había construido para sí mismo, y donde él también se sentía tranquilo. Y ya quedó claro, creo, que eso no nos gusta a nadie.
Pongo por ejemplo esta frase: “A quien los dioses destruyen, primero lo enloquecen”. Esta frase en latín se dice: quem deus vult perdere, dementat prius. En griego quizá se oiga más bello: On Jeos Jelei apolesai, prot apojre nai.
“A quien los dioses quieren destruir, primero lo enloquecerán”. No sabemos quién dijo estas palabras. La erudita Ruth Padel (2005) buscó, cual Fausto, algún indicio del autor de estas palabras: No lo halló. Concluye que quizá esta frase provenga de las experiencias que las tragedias dejaron en los griegos en los ingleses del siglo XIX. Pero es una frase que guarda una verdad tan oscura como profunda, tanto, que quisiéramos que fuera muy antigua, más que los hombres mismos.
Y de hecho lo es. Cuando en el cristianismo se le ruega a Dios que “no nos deje caer en tentación” (tentación que en griego es peirasmón, lucha, prueba) estamos expresando un verdadero temor. “Dejarnos caer en tentación es algo que Dios puede hacer. Que Dios ha hecho” (Padel, 25).
Y vuelvo para causar en sus mentes un eco: “a quien los dioses quieren destruir, primero lo enloquecen”. La locura es algo que la modernidad considera como uno de los grandes flagelos que el pensamiento racional debe combatir. Es nuestro deber luchar contra la impiedad, la destrucción, la irracionalidad, en fin, el caos. Pero debemos entender que la locura no es más que una vivencia “que delatan las potencias que rigen nuestras vidas” (Padel, 102). Y ¿qué es la locura?, caos, y ¿qué es el caos? Falta de lenguaje.
En muchas cultura, en sus mitos propiamente, el origen de todas las cosas es el Caos, el gran Kaos griego padre preolímpico de todos los dioses. El caos de la India, del Cristianismo desde donde “el verbo” “la palabra” se hizo carne y le dio orden al mundo. La palabra, es decir, el lenguaje ordena el caos en el que vivimos, otorga sentido a nuestro mundo y nuestra realidad en la que a veces pareciera que todo se confunde. Más ahora, en estos momentos donde tantas veces repetimos la palabra crisis.
Y en este mundo que pretendemos organizar bajo códigos lingüísticos establecidos, cualquier caos, cualquier locura, queremos erradicarla. Y si el orden es lenguaje, advierto lo siguiente que ya nos lo había predicho el surrealismo: la desarticulación del lenguaje es también la desarticulación de la realidad. Allí radica su importancia. El lenguaje sencillamente lo es todo.
Y hablemos ahora de la competencia del lenguaje escrito. ¿Por qué es una competencia que nuestros alumnos deben manejar? Sí, para promover sus ideas, para saber comunicarse con el mundo, etc. Pero otra vez no vengo aquí a repetir lo que ya se dijo. Sino a reafirmar una profundidad que ha veces se nos olvida. La palabra escrita es el invento más importante de la humanidad. Jorge Luis Borges lo dijo: toda la tecnología es una extensión de nuestra fuerza. El hombre es débil, no corre cual chita a 90 km por hora. No vuela como los pájaros, no nada como los peces, no levanta pesos inmensos como los elefantes, por eso inventa automóviles, aviones, submarinos, grúas; porque todo eso no es más que extensión de su fuerza, y todo eso demuestra lo debiluchos que somos. Sin embargo, el libro no es la extensión de ninguna fuerza física; es la extensión de pensamiento mismo, de la inteligencia. Por eso es necesario que los alumnos escriban correctamente. Para que dejen evidencia de lo que son y esto es más poético y espiritual que útil. Pero a veces, nos confundimos en creer que si no sirve para nada, si no le encontraré finalidad práctica, ¿para qué pierdo el tiempo con eso? ¿Para qué leer una novela?, ¿para qué contemplar las flores?, ¿para qué dedicarle un momento a la reflexión?
A manera de conclusión, yo los invito que nos alejemos un poco de las finalidades prácticas para justificar las competencias y veamos más allá. Indaguemos un poco en el espíritu. En nuestro ser como humanidad. ¿No es ese acaso parte de la misión del Tecnológico, volver más al carácter humanístico del mundo? Y eso sólo se logrará tomando parte de una conciencia vital: siempre habrá un más allá. Un momento más profundo donde se refleje el hombre mismo y toda su obra. Donde se vea que la belleza, la razón y la vida se sustenta en sustancia que no comprendemos y mucho menos dominamos, pero que es destino del hombre amarlas y dejar la sangre en ello.
Muchas gracias.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Elegía a Susana Crelis.




Partes incomprensible en tu ternura.

Sobre tu espalda cae el sereno peso del vestido.
Doblas la esquina de la escalera y el vuelco del corazón me confirió la verdad irrefutable.
Aquélla que no se dice con palabras.

Esa mañana no fumamos en la espera.
No nos fumamos aquel cigarro moreno y bruto como un muchacho de la llanura o de la costa.
Estabas ya tan triste y tan serena,
que verte a los ojos era hermoso como decir adiós desde un barco.
“Y así es, che. Qué le vamos hacer”, dijiste.
Yo maldije desde otra boca que no era la mía.
La soledad en que me dejas
es un laberinto en el país de los jazmines.

Y luego tu voz,
desde lo gris del teléfono.
“Sólo quisiera que fuera tan de pronto”, dijiste.
“Sin dolores ni pesadillas”.

Laura me dice que ya no eras tú la de la cama.
tu inteligencia se dormía en un lagar profundo,
como Nietzsche,
como el filósofo perdido en las calles de Turín.

Y la espera.
Y su llegada.
Tan milagroso el día, era un céfiro que todo lo ilumina incontenible.
En un círculo de vacío, cayó el corazón despeñado.

Recuerdo que hacia el tiempo más parcial.
No estoy seguro de quién llamó para avisarme -fatal heraldo de tu muerte-.
Conduje de Tlaquiltenango hasta Cuernavaca con el cuerpo ausente en los espasmos.
Caído el peso en los pedales inconcientes.
Y los árboles, el cielo,
los cierzos floridos que crecen a orillas de la carretera,
tomaron todos tu forma que se expande.

No sé cómo explicarlo, pero vi tu vida disuelta entre la vida.
Comprendí de pronto y para siempre,
cómo somos todos,
Cómo es todo.
Cómo tumba el rayo de la muerte
y señorea sus aposentos llenos de concubinas hermosas.
Comprendí por qué cayó la Hipatia derramada
en las manos de sus violadores cristianos.
Por qué emascularon a Abelardo
tan alejado de Eloísa.
Comprendí cómo se vive en una vida sin vida amalgamada.

Pero, ¿qué es la vida sin la vida?
¿Qué somos nosotros?
Juguetes de los dioses.
Nada frente a la nada indiferente.
El tiempo es un río que todo se lo lleva.
Deslava hasta las piedras más filosas.
Hasta los dioses caen
mueren,
macilentos entre sus alas iridiscentes.

Llegaron los amigos,
las flores blancas cubriendo el féretro impecable.

Y después, tanta noche,
tanta noche para nuestros cuerpos agotados.
Cuando encendieron el horno apreté el brazo de la otra Ofelia.
La otra porque somos otros en orfandad mendicante.
Y si se cierran los ojos por el peso de los párpados,
pudimos ver tu cuerpo envuelto en llamas,
tan puro, tan distante, que nada lo toca.

Que este sea un canto mineral y bello.
Quizá nombrar aquello que amaste.
La poesía,
las letras tendidas como palomas negras en un campo de silencios.
Tantos libros con sus tantas páginas florecidas.
El piano y el amor.

O el cine,
el cine, Susana, el cine.
Esa escena de Visconti donde un anciano persigue a su amor por los puentes decorados
de una Venecia donde flota en el aire una epidemia.
La muerte en Venecia, la muerte.
Tommas Mann enamorado de un adolescente.

Y los adolescentes, Susana, los adolescentes,
Hermosos, dulces,
recargados en columnas.
Pintándose flores y palomas en el cuello.
Después con besos se los borran o los sellan para siempre.
Adolescente que se graban una leyenda en la palma de la mano.
Aquéllos que todavía pelean por una frase
o por una chica de tenis color de fresa.

Verlos perderse entre los árboles del bosque.
Olvidarnos de nuestra edad, sólo instante, y ser ellos,
ser tú perdidos entre la muerte
pues la muerte y la vida son la misma cosa.
Y no hay palabra para tal unidad,
sino el amor.
Y te amamos, aunque seas un lirio envuelto en un légamo desconocido.

Ahora todo es claro.
Este momento es tan bello como recordar tu gesto
que se bifurcaba cuando hablabas de Cioran
o de tus nietecitos rubios.

Ahora todo tiene nombre.

Aprendí de ti a luchar por la belleza aunque ello me valga la sangre.
Aunque los otros griten odio, y haya intolerancia y cerrazón.

Sí, lo sé,
todo sigue su curso,
pero nada es en vano,
mucho menos el amor,
mucho menos la muerte.


Afhit Hernández. Publicado en el diario de Tlaxcala. Diciembre 2007.

martes, 9 de diciembre de 2008


Bacantes es un poemario de Elsa Cross y brindo este par de poemas. Qué puedo yo decir, amo su poesía irremediablemente. Creo que hago un bien al compartirla, pero no sé, "los poetas mienten demasiado..."


VII
Éramos heridas abiertas.
La sensación se trastornaba.
Tu voz inventaba registros en mi oído.
Tus almizcles me embriagaban más que el vino.
Nos hería el placer.
Inagotables, ebrios, nuestros cuerpos, la ofrenda,
como frutas que dejan las mujeres en las playas del sur
y el mar se lleva.
Nos perdíamos del mundo.
dibujábamos barcas en el aire y nos íbamos en ellas.
Toda la noche caían para nosotros dones del cielo,
la lluvia sobre los árboles,
y esas gotas brotando del pecho, ah, nuestro soma-
- ¿dónde terminaban los cuerpos?
¿cuál cuerpo era de quién?
Yo sentía desde tu hombro mi caricia.
Tus pensamientos pasaban por mi mente,
y donde los deseos se juntaban salían del aire aves de fuego.
Yo fluía dentro de ti.
¿Y tú quién eras?
Sólo un banco de abejas,
agua brillando como joyas.
Olas de sensaciones nos turbaban,
nos devolvían a la orilla.
Tanta vista del mar dejar atrás,
tantos bosques,
tanto de tu cuerpo.
Tender un velo en llamas sobre las formas
-- que perdíamos al mirarnos un instante de más,
al debatirse tu muslo, intempestivo.
Así morían los peces en las redes.

XV
Camino por el atrio.
Todo el suelo cubierto de campanas violetas.
El encuentro exaltaba mi corazón.
Dentro del templo los siete arcángeles pintados en los muros.
La tarde de mayo florecía.
Las ofrendas a María se secaban en el arco triunfal.
Miguel espada en mano resguardaba las puertas.
Pero no íbamos al templo.
"Tanto gentile e tanto onesta pare."
Y al volverme la gracia de ¿Rafael? en tu sonrisa.
Caminé entre las tumbas hasta encontrarte bajo las jacarandas.
Las cercas de ladrillo se cubrían con las flores moradas.
Un olor ambiguo.
Abajo de las cercas gritaba el Porquerizo.
Los gruñidos de los cerdos llegaban a nuestra plática.
Y no dará nombre a tus espumas,
Pues los poetas mienten demasiado.
Elsa Cross

Amor de los incendios. Blanca Andreu.


Amor de los incendio y de la perfección,
amor entre la gracia y el origen,
como medio cristal y media viña blanca,
como vena furtiva de paloma:
sangre de ciervo antiguo que perfume
las cerraduras de la muerte.





Blanca Andreu, poeta. Española y mística. Vive su Sueño oscuro entre el surrealismo y la Paz. Escribe sobre el amor y la muerte para profundizar en el conocimiento de Dios.

Los Cantos del Hoggar


Estos poemas que ofrezco son un remanso de belleza antigua. En español aparecieron en el libro Amor y poesía en Oriente de Juan José Domenchina con el título Cantos del Oasis de Hoggar.
"El libro tiene una estructura narrativa. Los poemas, escritos en primera persona, hablan del amor de Mussa-ag-Amastán por Dassina-ult-Yemma, y su muerte final ante el amor no correspondido. Mussa-ag-Amastan, anrenokal o jefe de una confederación de tribus del Hoggar, murió en 1920, y tal vez se incorporaron a su historia muchos cantos anteriores de esta tradición tan vigorosa poéticamente" dice Cross.
Hay en ellos metáforas simples, naturales. Siempre he creído que es ahí donde está la verdadera poesía.
Helos:

CANTOS DE LOS OASIS DEL HOGGAR
(Fragmentos)

No tengo por qué preguntar dónde está mi bien amada.
Es allí donde veo que acuden los hombres, con su más hermoso atuendo guerrero.
Allí donde veo que acuden las mujeres
con sus más bellos colores sobre el rostro.(...)
Bajo la tienda real, con sus estacas de madera esculpidas y decoradas
que sostienen las pieles de gacelas, de cabras y de corderos,
y al abrigo de una estera de fibra;
Bajo la tienda del árbol, a la sombra del follaje que acaricia su frente;
Bajo la tienda de la montana,
a la sombra de las rocas que se inclinan para saludarla.

* * *

No has querido lucir ninguna joya sobre tu carne blanca;
tus cabellos, peinados en pequeñas trenzas, son tu único adorno
bajo el velo que cae a ambos lados de tu frente, como un ala,
bajo el ala más grande del Tili de paja.
Pero Embarka, tu fiel negra, lleva sobre sí toda la riqueza de tus cofres,
y su carne oscura perfumada de aceite,
pone con sus adornos una sombra deslumbrante
en la sombra de tus pasos, ella a quien llaman “tu sombra”,
ella que conoce tus secretos,
y mataría a quien quisiera averiguarlos.
Y tú, solo con tu sonrisa, resplandeces entre todas y sobre todos,
más dulce, ante tu morada, que el pan de azúcar y el panal de miel.

**
Entonces en la noche que presta al desierto una sonrisa de mujer,
el sol poniente
ha ofrecido un penacho de plumas de avestruz a Dassina,
la bien amada siempre presente,
y a la cámara rosa del cielo volvió a cerrarse.
Y en el delirio que me posee, he pronunciado tu nombre ¡oh Dassina!,
y el espejismo ha construido toda una ciudad para oírme hablar de ti,
¡oh Dassina- ult- Yemma!
Y he dicho a los sacerdotes, a los guerreros,
a los pastores invisibles que te veían conmigo:
-Dassina-ult-Yemma es incomparable, única.
Es la rosa del Hoggar, ella que pone sobre sus mejillas, para atraer
los besos, el creciente de la luna nueva, el áureo signo trazado con ocre amarillo,
el signo que embellece sus ojos como la estrella se embellece bajo el creciente
áureo de la luna.
Y cuando el espejismo que me oía hablar de ti,
se ocultó el rostro,
como hacen los hombres, oh Dassina, para escucharte mejor,
le he dicho a la fiebre que pasaba:
-Fiebre de ojos encarnados,
fiebre de risa de hashish,
fiebre de cabellos de leona,
fiebre de piel de hipopótamo,
fiebre de manos de simio,
¿qué podrías hacer tu, la más fea, ante Dassina, la mas deseada,
ante aquella a quien nunca pudiste mirar con tus ojos enrojecidos, ella
que brilla más que el sol, ella, Dassina- ult-Yemma?
Entonces la fiebre burlándose, levantó su velo amarillo y me dijo:
-Mira, ¡hela aquí!
Y te he visto oh Dassina, he visto tus manos danzar sobre la arena que danza,
y eras como una blanca estatua de sal, modelada en la mina de Taudeni,
donde se encuentra la sal más bella del mundo,
y tus esclavas te admiraban,
tendidas en círculo a tus pies,
como los astros nocturnos en tomo de la orgullosa luna;
Eras como una blanca estatua de sal cuyas manos sólo vivían.
Oh Dassina-ult-Yemma, tú que solo danzas con tus manos,
con tus manos tendidas ante tu rostro descubierto, dame la vida,
con su leche, con su miel, con su jazmín y su rosa,
y su paloma y su gacela, y su pimienta y su henné,
y su puñal y su mazo,
y su halcón y su león...

**
Entonces mis pies desnudos ordenan a mi meharí que se apresure,
puesto que Dassina nos espera,
y los espíritus invisibles de la noche,
que se deslizan desde los últimos rayos, adornan la tierra,
como nuestros bordadores y cinceladores,
con grecas y nervaduras de ocre,
de azafrán y de sangre,
que una hebra de noche bordea de negro.
Y la tierra se convierte en un inmenso cojin targuí
sobre el cual, oh Dassina,
te ofreces desnuda a la diffa del amor...

domingo, 7 de diciembre de 2008

Bomarzo, un poema de Elsa Cross.


Este poema es de Elsa Cross, lo brindo por su belleza.



No fuimos a Bomarzo
sino en el hilo de esas largas conversaciones
que siempre nos llevaban a las mismas fuentes,
que pendían de las glicinas de unas pérgolas
que quizá nunca existieron en Bomarzo.
Se detenían en los silencios
rememorativos del asombro y el miedo
ante un umbral que cruzamos
con los ojos cerrados,
como si en la caverna de la mente
aguardaran encuentros no queridos
con viejos rostros de nosotros mismos,
y el titubeo de la memoria
y la expresión,
las palabras que nos faltaban,
la inflexión más débil como un tobillo que flaquea,
fueran por el temor de encontrarse otra vez
en lo que ya se creía abandonado.
Al pie del níspero,
en esa banca que la maleza alcanzaba
rasguñando las piernas,
nos preguntábamos
si en los jardines de Bomarzo
alguien habría hablado así
sobre el ser y el no ser,
sobre aquello que va de uno a otro
y existe más allá del uno y del otro.
Y aparecían junto al alambre de la cerca,
como arpías,
torpes, ruidosas aves de corral
marcando un justo contrapunto
a la arrogancia que había detrás de la pregunta.
Bomarzo,
al borde de un precipicio todo el tiempo,
zanjando al paso
los propios desafíos a la Fortuna,
llevando al límite la Mano providente
que de improviso podría volverse en contra.
O tal vez siguiera por más tiempo
guiando el cubilete que volteabas para dejar,
implacables, cuatro ases
sobre esa mesa desvalida
a las orillas del pueblo.
O si llamabas, con un gesto, a un pájaro
que al cabo de un minuto venía a acercarse
adonde hablábamos
entre líneas
del peso de lo real,
del espinazo a punto de quebrarse
bajo ese peso formidable.
Como Nietzsche en Turín.
Y repartíamos a los vientos
paliativos
como obsequios de feria,
repasábamos los remedios ya probados–
el phármakon fallido:
chivo expiatorio o cordero del sacrificio.
Pero ningún Crucificado
entre esos puntos cardinales de lo real
nos salvaba ahora de nuestro propio desastre.
¿O por qué no ofrecerse como pharmakós?
y deambular por el pueblo con un cortejo de perros,
recogiendo toda culpa e inmundicia,
espiando en la lumbre ajena
si quedaba en los rescoldos una tira de carne.
¿Qué más podría temerse desde allí?
Desviábamos la conversación
detrás de cualquier brisa contraria.
Cómo nos asustaba llegar al fondo,
y con cuánta habilidad interponíamos
otros argumentos,
preguntándonos si la doble entrada
a la Gruta de las Ninfas
ofrecía una salida,
si los muertos que deambulaban
en las sombras sublunares
volvían aquí en las gotas de agua,
o qué podría rescatar
de la pesadilla del espejo
a un suicida atrapado entre dos mundos.
Una mosca muerta, pegada al bisel,
hacía discurrir sobre el ojo que se altera,
sobre la percepción fallida,
la distorsión acrecentada en los bordes de lo real
fraguando un engaño más perfecto,
dando un contorno ambiguo
a la brutalidad de la visión:
el pharmakós babeante, destrozado.
¿Y acababa en lo real? ¿La verdad era lo real? ~
* Poema inicial del libro inédito del mismo título.
(fragmento*)

Contraportada. Kenia Cano.


Cuerpo Interrumpido (y siete sonetos) de Afhit Hernández.

Esta bellísima contraportada se la debo a la poeta Kenia Cano. Aparece en el segundo libro. Otra vez gracias al cielo.

Un cuerpo, nuestro cuerpo, interrumpido por el sueño de las apariencias, interrumpido como un templo vacío en el que no se ora más. El punto de partida, el claro que dejaron lumbres antiguas, ritos perpetrados por los otros, caminos emprendidos ¿para qué? Las palabras caen frente a la transparencia de una noche que aterra, el poeta dialoga con un pasado largo y absurdo, en donde el futuro de la poesía no es muy claro.

Cuerpo y forma poética intercambian su sitio, ahora la forma comprime y la piel no alcanza para este sueño en donde la “libertad” del verso no nos hace más libres. Se reconoce la muerte del cuerpo amado, el cuerpo de la poesía que antes hablaba con los dioses.

Afhit Hernández confronta a la materia y con ello a su deseo. Apuntala la falsa solidez del cuerpo y el gozo ciego e indiferente. Sumido en esta desesperación se ve obligado a matar el cuerpo, el nuestro, dejándonos caer en un sueño devorante.

Una vez aceptada esta derrota, el derrumbe de la materia, el cadáver que somos, perdidos en un paraíso elemental, entonces el poeta reconoce como único guía al Corazón y con él inicia la vuelta retornada.

Yo frente al bronce negro de un barón alemán,
entorno los ojos hacia el cielo casi nocturno...
un pétalo cae en mi pecho

En este paisaje desolado, en una ciudad común, el poeta escucha a pesar de todo el canto de un pájaro extraño, como queriendo compartir cierta esperanza. En este honesto sumergirse, nos ofrece un camino para recuperar la inocencia y con ello el diálogo antiguo con dios, cerrando el libro misteriosamente bajo la tutela de siete sonetos.

Los siete sonetos.


Siete sonetos.


1

Desde los firmes pies a la cabeza,
así yo ando y desando tu camino;
moribundo y ahogado en la belleza;
ando y desando a tientas mi destino.

Aquel que se aventure en tu sendero,
igual que yo se mirará, perdido,
en un etéreo sueño verdadero,
en un principio y final invertido.

Probando aquello que se me revela,
mordiendo cada fruto con fiereza,
andando más profundo, siempre en vela.

Destino que termina donde empieza,
camino que camino sin cautela,
desde los firmes pies a la cabeza.


2

Siento en el núcleo de mi vida
una explosión que sube y que desciende;
una paloma con el ala herida;
un vendaval de luz do se desprende

un fulgor de la música perdida,
de los abismos negros donde pende
un misterio de almas encendidas,
y una dulce tristeza me sorprende.

Y soy de donde es la cruel poesía.
Un mar de sal asciende y ahora baja
desde el final germina cual tormento.

Miro cómo muda la señera vía.
Ya un fino fulgor la razón ataja:
un fin y un principio que acaban, siento.


3

Contempla la inversión de los sentidos,
cerca de mí, que pendo de cabeza.
Los saludos se vuelven en despidos;
el poema termina, pero empieza.

Volverán esos que creíamos idos;
artificios se volverán belleza;
los recuerdos que fueron vividos
serán felicidad, serán tristeza.

Una tormenta que surge de lo hondo;
una locura que será explicada;
un cadáver que de repente nace;

una superficie que toca fondo;
mirarás en la vuelta retornada
lo que en el silencio despierto yace.


4

Volverán al silencio las canciones
y así como son los que antaño fueron
viviremos la muerte de los dones;
lloraremos a los que nos quisieron.

La destrucción de todas las naciones
se vislumbrará porque ya ocurrieron.
Volverán los antiguos corazones
a exigir aquello que no vivieron.

El final es ayer y fue mañana.
La razón sube al barco de los locos.
El principio es ahora y siempre ha sido.

El poema será de vida mundana;
lo mundanal será placer de pocos;
creerás la mentira que has leído.


5

“Que dejarte de amar será mi muerte”
A la dulce manera de Concha Urquiza.

Entre dejarte ir o ir pronto a buscarte;
entre el amargo gusto de tenerte,
mi pobre cuerpo oscila entre esta suerte.
Triste saber si sé, o no sé olvidarte.

Reconozco que es mi sino el soñarte,
“que dejarte de amar será mi muerte”.
Cadáver que no debe ya dolerte;
cadáver que no puede sino amarte.

Reconozco que es mi enajenada alma,
jirón de herida nube entre tus manos:
no puede más vivir si no es cautiva.

Y en la triste libertad que hay en la calma
de tus labios abiertos como llanos,
la razón se ve libre y fugitiva.

(13-1-00)


6

Si pudiera, te diría, alma mía,
porqué no son mis días felices;
porqué llevo en el cuerpo cicatrices;
porque mi psique toda desvaría.

Si pudiera, te diría, alma mía,
porque mis sueños son en tintes grises;
porque se ponen coloradas las narices;
porque nos duele tanto la agonía.

Si pudiera te diría, alma mía,
de qué forma y color es la esperanza;
de qué materia blanda es la alegría;

de qué triste sabor es la añoranza
cuando muere la razón y su porfía,
si pudiera, aquí mismo te diría.


7

Pues hay, ante la razón, un espejo;
como pluma invertida, mutilada;
como falsa fe: como fugaz reflejo;
la lógica retorna adormilada.

Una cuna de oro, un féretro viejo;
yace en esta locura despertada,
y aquí donde el Caos murió, perplejo,
la carne debe ser pieza ofrendada.

En este inútil eco quejumbroso
ve unir los frutos y las guerras;
ángeles difuntos y furias finas;

entra y contempla entre triste y gozoso,
los dulces sexos y las yermas tierras.
Ven y ve los placeres y las ruinas.

Cuerpo interrumpido (y siete sonetos). Erotismo y desgarramiento, y las profecías del sueño por Félix Vergara



Félix es un cuentista y poeta morelense. Ha publicado el libro de cuentos El reino de un día. Su poesía es suave pero desgarrada. Y todo en él, en su obra, es honesto. Tan bello como ver morir a un ciervo. Con toda la verdad de esa imagen. Él hizo esta presentación para mi segundo libro. Bendito sea el cielo por darme amigos como él.




Cuerpo interrumpido (y siete sonetos). Erotismo y desgarramiento, y las profecías del sueño.

“La poesía conduce al mismo punto que cada forma del erotismo, a la indistinción, a la confusión de los objetos distintos. Nos conduce a la eternidad, nos conduce a la muerte, y por la muerte, a la continuidad: la poesía es la eternidad. Es la mar ida con el sol”.
Georges Bataille


Toda experiencia mística involucra un desprendimiento y este desprendimiento lleva consigo el sello de la pérdida; orden peculiar de lo sagrado, el sacrificio funda este orden en la mutilación que deviene reestructura, resurrección del alma desesperada por hacer inteligible lo inexplicable. Un cuerpo desnudo, sometido al desbordamiento de su pasión, muere en la entrega donde se pone en juego la continuidad del ser: “lo que revela la experiencia mística es una ausencia de objeto”, diría Bataille. Un cuerpo interrumpido es un cuerpo parcialmente tocado en la muerte de la entrega. El poemario de Afhit Hernández, Cuerpo interrumpido (y siete sonetos), como escribe en la contraportada Kenia Cano, es “como un templo vacío en el que no se ora más”.

Escarbar en las huellas, las partículas del lenguaje: borrar la historia personal del poeta y enfrentar la obra, tal es el propósito. Aunque enmudecidos por el aliento divino (insuflación de la materia poética que hace estériles las interpretaciones), en los versos reverberan haces de gloria, heces por donde el horror se cuela como pájaro siniestro en cuyas alas penden los augurios. El límite es impuesto por la grafía reiterativa de la mayúscula: Cuerpo. Como la divinidad, el Cuerpo es depositario de fragmentos: entidad abstracta que se concreta en lo intangible. La escritura, páramo del sueño, reproduce el deseo, busca exterminarlo como se exterminan los amantes que sólo se poseyeron en el sueño, no en el instante donde pudieron perdurar. Cuerpo interrumpido en el acto que la muerte alegoriza, Cuerpo que sondea el desgarramiento y articula la pérdida: toda experiencia mística es una rasgadura. Siguiendo a Afhit: “hilo frágil a punto de la herida”.

He titulado a esta interpretación “Erotismo y desgarramiento, y las profecías del sueño”. Busco seguir el código de un fulgor invisible que me enmudece. Regreso al numen de la poesía que otro elabora con la paciencia de un asceta; su tormento cicatriza y es una efigie que atraviesa los azogues cuando el lector avizora las páginas, entiende que morir es amar, que yo comienzo a morir en este día tras un recuerdo que no sé nombrar, que no puedo erigir; en esta hora, mientras leo ante ustedes, que oyen y esperan algo que no puedo darles. También soy un fragmento.

El cuerpo del libro con el que el lector intimará más tarde está compuesto por cinco partes: “Cuerpo interrumpido”, “Las Parcas”, “Siete sueños”, “La destrucción del deseo” y “Siete sonetos”. Su cuerpo se fragmenta, halla un espacio en donde las partes confluyen: el espectro del amor inmola para ser un vértigo sucedáneo, dos abismos se mezclan: la evocación de la amada por el poeta, evocado en la evocación, el poeta que es el objeto del sacrificio y a la vez el victimario. “Bésame en los labios ahora que soy tuyo./ Limpia la sangre”. El sexo es una boca y por esto el cuerpo “se oscureció en tu sexo que todo lo devora” Por esto “Tu boca agria con gusto a cerveza y sangre/ me devora/ lejana/desde los más antiguos sueños que soñé”. En “Mea Culpa” se dilata el rito: “Nuestros sexos fueron lenguas,/ los unían hilos delicados”.

Ya en su primer poemario, Los placeres y las ruinas, Afhit Hernández indagó en el sueño romántico de los sentidos locos; este poemario que hoy nos congrega persiste en el sueño. Aunque la devastación es ahora más penetrante y madura. Del “Cuerpo interrumpido” a “Siete sueños” dista esa entidad abstracta que es el Cuerpo e interroga a la santidad, nos recuerda que en lo profano subsiste lo divino, que la violencia del acto sexual no se pierde en la intangibilidad de los cuerpos, que el corazón vierte en la inocencia la postración de la añoranza. “Cuántas veces desee tu desnudez de plaza./ Cuántas veces nos tocamos sin malicias,/ sin que nos poseyera la santa envidia./ Y la muerte era tan lejana/ a pesar de que bufaba a nuestro lado”. Quiero detenerme en este último verso. Es un instante, cuando culmina la fatiga amorosa, en que muere el ser discontinuo que nos aterra. La muerte es lejana; deja, no obstante, el silbido que no ahuyenta la animalidad. Los amantes no necesitan penetrarse, la pasión supera el instante del acto sexual en que morimos: la pasión permanece sobre este acto.

Encadenamiento sin rupturas, la entidad abstracta del Cuerpo, violentamente interrumpido, fluye luego en la profecía de Las Parcas, esas caprichosas que juegan con el destino de los hombres. “¿Y mi Cuerpo/, Parcas,/ qué será de mi Cuerpo?”, exclama con angustia Afhit Hernández. Luego, con lucidez desgarrada, lo comprende: “La palabra./ La palabra maldita,/ me deja el Cuerpo interrumpido/y me/ mata”. En “Siete sueños” los epígrafes, como escribió José Revueltas, fundan su “razón esotérica” en la necesidad de bordear las palabras ajenas para reincorporarlas a la expectación. Así, la expresión “Nos dejamos devorar por nuestros sueños”, de Elsa Cross, merodea el apartado. Más tarde, la casi amoralidad lograda en la parte homónima del poemario, “Cuerpo interrumpido”, culmina, o también casi, en la exaltación del epígrafe de André Gide: “Es preciso ser capaz de reflejar/ hasta las cosas más puras”. Escribí amoralidad porque la entidad abstracta lo requiere, el mismo autor lo sugiere diciendo: “Es la bondad lo que nos consume”. Gide habrá querido decir que para reflejar lo puro es precisa la impureza. El Poeta deberá ser impuro: no otra cosa se le pide al intérprete de lo divino.

Hasta “La destrucción del deseo” hay un sentido completo. El Cuerpo es también el deseo, se hace concreto, como la división y el abismo de los seres, el poeta y su amada. “He tenido que matarte, Cuerpo,/ y voy ciego entre teas sin luz”. Luego la transfiguración: “He tenido que matarte, deseo./ Y ahora devoro tu carne muerta”. El victimario que es simultáneamente víctima pide el sacrificio: “Cuerpo,/ hazme sufrir/ peores males todavía”. En “La destrucción del deseo” la entidad abstracta se integra a un orden cósmico, la redención de la pérdida, el desgarramiento de la experiencia mística: “Corazón,/ núcleo universal,/ cargaste con mi Cuerpo interrumpido”.

El apéndice del poemario, los sonetos, juego de inversiones de sentido (algunos pueden leerse lo mismo de arriba para abajo que de abajo para arriba) culmina la andanza del autor; injusto sería no mencionar la correspondencia de lenguajes. La portada de Carmen Bravo y las ilustraciones en interiores de Rosa María Hernández Villalba parecen jirones de sueños complementarios. En formato austero, este poemario buscará los diálogos y los desencuentros que el lector quiera fortalecer o desunir. Como un estrépito; como una expatriación; como una silenciosa perpetuidad busco la impureza de la poesía que me destruya. Y como un monstruo me apropio del otro: “Todo lo que amamos debiera morir”.

Félix Vergara,
13 de octubre de 2006.

De Cuerpo interrumpido (y sietes sonetos)




I
He decidido
que no lo sepas.
Que el tiempo haga su labor de siglos
y nos llene de polvo
los brazos,
el pecho.

No te lo digo
para que lo bueno se genere de lo bello,
como beso de asesino;
como ángel que en vano un vuelo levantara.

Suave descendió por el afluente,
llegó a la arena.

Por las mansas corrientes vamos,
como hilo náufrago
en las inundadas cuevas del corazón.
Vamos lentos,
nadando y riendo la risa del idiota,
hacia la muerte.

Y aquí permaneces,
en el silencio de tumba, con los cabellos enredados,
¿por qué remansos?,
¿por qué mares que no conozco?
Sigues en tu Cuerpo ahogado y sin luz.

Sonríes indiferente,
caes donde murió la vida un día,
flotas con el alma enajenada,
glacial,
y por eso no te lo digo.


VI
Recorremos el templo en ruinas.
Nos penetra un soma transparente
y nuestro Cuerpo parece abatirse.

Seguimos el susurro que aturde el corazón.
Caemos.
Nos olvidamos.
Nos abandonamos de nosotros mismos
y así, ya nada poseemos.

Templo que se habita.
Presencia que llena todos los rincones.
Aire que se torna una diáfana amatista,
tan dura, que el tiempo no traspasa.

Las ventanas se ennegrecen
con el humo que sube a las columnas.

Ofrendamos nuestro deseo,
todo lo que conservamos,
al dios indiferente.


XI
Cuántas veces deseé
tu desnudez de plaza
del pueblo donde vivimos.
Ahí, donde la tarde y su calor de sueño
era mano en nuestra ropa;
ahí, donde fuimos casi niños sobre el concreto;
donde perseguimos un balón,
mientras el aire de cerro
nos rozaba los muslos
y penetraba nuestros pechos
bellos, brutos.
Cuántas veces nos tocamos sin malicias,
sin que nos poseyera la santa envidia.
Y la muerte era tan lejana
a pesar de que bufaba a nuestro lado.
Cuántas veces nos raspamos la piel
y sangramos entre risas.

Yo, callado,
bajo el alumbrado público,
perseguía tu sombra
o tu cabello largo,
sentado en la banqueta,
esperando a que se despertaran tus labios,
y en ausencia,
sin mover un átomo siquiera,
hasta que te parabas y decías:
“vámonos,
ya se hizo de noche”.


Pierde la vida en esta playa
a la que llegué sin ti, pero contigo encima.
Aquí, donde te soñé desangrándote con el oleaje,
aquí, donde los filos de la luna serpentean.

Como una oración
ofrezco palabras a esta rompiente:
“Entre la muerte en tus gobiernos,
soberbia, sideral.
Río que se lleva las luces que nos representan.
Vida que se escapa sin cárceles de carne.
Bacantes que se petrifican,
danza que muere burilada en el marfil.

Qué te mate la ola que te enviste.
Que te unas a la luz que nos forma y nos destruye.
Que el mar te expulse como a un silfo.

Y que te abandone cerca de mí
para que me tienda sobre tu Cuerpo”.

De Los placeres y las ruinas.


Sin fin de la muerte.
A José Gorostiza.

Que se sepa sólo hay un encanto fecundo
que sea capaz de devolverte de la muerte.
(Por el rigor del vaso que la aclara el agua toma forma)

Estamos equivocados,
como errada está la flecha que disparó el destino,
seguimos siendo muertos andando hacia la muerte.
y sin embargo todos llegaremos a la edad de abrazar el aire
y de llorar un instante, solos.
es inevitable.

(Agua que es inteligencia,
inteligencia que es sólo en vida
y en “sonoras estrellas precipita
su desbandada pólvora de plumas”)

La muerte. Qué sabemos nosotros de la muerte.
Has vuelto de ella, circundado de violas y de lluvias,
y has encontrado a mujeres con las piernas más abiertas,
más sanas -tras meses de ascéticos ayunos-
y te has casado, nomás porque sí, con la que juzgaste más fuerte.

(La muerte no se entiende en la vida.
La muerte se entiende en la muerte que:
“Trae una sed de siglos en los belfos”.)

Y sin embargo todos – dioses o demonios, céfiros o diablos-
llegaremos a la edad de deshacer un hilillo de humo con los dedos.

(En la muerte no hay inteligencia, espero morir para entenderla)

Eterna soledad en llamas,
ángel de peso delicado;
tú que eres cadáver, explícame,
habla...
grita...
...escucho.
(noviembre- 01)




XI

Mata sin querer el ángel que te cuida en la ventana.
Guarda una moneda azul en tu mejor zapato.
Llora en la noche un llanto ditirambo
Canta una canción que guarde un secreto
Abre la caja de Pandora.
Maldice tu suerte.
Cruza la línea.
Rézale al diablo.
Ruégale a Dios.
Elucubra.
Inventa.
Sueña.
Ama
Ríe
Sé.



XIII


Sagrado corazón que estás en los cielos,
Resguardado sea tu nombre;
Sacrificado sea tu cuerpo.
Hazme padecer el hambre de tus muslos;
Sécame por dentro los pulmones;
Haz volar mis ojos mutilados;
Comparte conmigo el pan que hay en tu pecho
Que yo lo compartiré con los malditos,
Con los deformes, con los que no tiene rostro
Y con los eternos asesinos.
Ofréceme de ese fruto que produces
Dame de beber de la ambrosía de tu sexo.
Líbrame, quémame, amamántame
Y después libérame de todos mis pecados.
Amen.
6- Jun-02

XVI

Cernuda.
Voy a morir de deseo.
L. Cernuda.

Comprendí un día que los viejos hermosos,
Luis, no deben morir.
Deben trepar los miembros con sus pies heridos.

Siempre figurará la danza macabra,
Danza maldita, danza de la muerte,
Entre los hombres que aman a los hombres.

Yo niego la belleza de tal credo,
Estatua derrumbada,
Luz lejana de la tierra que ha caído.
El amor es primacía. No importa la materia.

No creo en la sombra de la espada
Que pende sobre tu cabeza en el vacío.

La muerte asecha en silencio.
Whitman canta.
Siguen muriendo los hombres, por el sueño, transgredidos.

Reencarnarás en mis manos, Luis, alguna noche
De raíces que el sol no ha visto.
Nacerás de pura ira, de puro deseo que no ha sido.

Yo ofreceré mi carne de adolescente.
Abriré en dos mi pecho enrarecido.

Voy a morir de un deseo, de un deseo compartido.

Véngate conmigo de la larga muerte
que ha tumbado tus hombros en el largo destino.
Carne de todas las carnes
parten las piedras del río.

Quiero cantar con tu boca que se seca en el estío,
Mármol que reboza semen.
Deseo que muere de frío.


XXVI

Parece mentira
no haber encontrado nunca la verdad;
no haber sabido hallar la nota.
Hay un piano,
un registro flotando en el aire…

Nunca más, ni un sollozo....
Hay, también, una luz sobre el río,
y no sé cómo, pero parece mentira
que en la fotografía todos nos veamos felices.


XXVII

Veremos nuestras ambiciones consumadas.
Llenaremos nuestras arcas de mujeres y tesoros;
corromperemos nuestros cuerpos con dulces horrores
y nuestros lechos cantarán hermosas melodías.
Mas nunca en la mano mantendremos
al amor
como se mantiene a una pequeña ave palpitante.

Puerta de entrada


Mi nombre es Afhit Hernández Villalba y nací el 28 de septiembre de 1980. Soy de Tlaquiltenango, Morelos, pero vivo en Cuernavaca desde hace ya mucho tiempo. Estudié Humanidades en la UAEM e hice la especialidad en Letras Hispanoamericanas, junto a Félix Vergara, Daniel Zetina y Elizabeth Nazario, otros buenos escritores de por aquí.
Mi tesis de licenciatura la realicé sobre la obra poética de Tomás Segovia. Quizá esa es una de mis influencias primeras. Ésa y ese puñado de poetas a los que siempre nos acercamos en los albores: Neruda, Lorca, Machado, Jiménez, Sabines. También leía a Whitman, Rimbaud, Baudelaire, los contemporáneos. Pero creo que la primera influencia real que viví fue en la tesis de Maestría, pues la realicé sobre Luis Cernuda. Eso significaba una verdadera insensatez, pues se ha escrito tanto sobre él, que me arriesgaba a no decir nada nuevo. Pero me dediqué a su primer periodo. El que está dentro del surrealismo. Nadie como él pudo crear un libro tan ligado a la vida. La realidad y el deseo, dice Paz, es una “biografía espiritual”. Y es un libro único, quiero decir, un solo libro. Siempre he creído que igual que él, estoy condenado a escribir un solo libro de toda mi vida. "Un lento viaje hacia la luz", como dijo Sicilia.
Creo que siempre hay una familia que nos pertenece aunque mueran antes que nosotros. Octavio Paz le llamó la familia espiritual. La mía sin duda es clásica. Un poco olvidada, también, pero presente siempre. Yo aún no supero a los románticos, a Safo, Homero, Virgilio, los tragedistas.En parte porque creo que no se pueden superar. Un amigo muy querido y al que le auguro mucho futuro en la poesía me presentó a Apronenia Avitia y he leído asiduamente a Apuleyo, Plauto, Ovidio, Anacreonte, Píndaro, Simónides. A la breve novela de Longo sencillamente la amo. Amo a Cátulo y sus delicados poemas a Juventino. Últimamente, los poetas contemporáneos están muy preocupados por lo que se está produciendo en el país. Lo que escribió tal, lo que editó tal, quién ganó el premio tal. Creo que eso está muy bien porque legitima lo profesional de ser poeta. Sin embargo a mí nunca me atrajo.
Lo que verdaderamente me atrajo es lo que ya no está aquí sino en sombra y viene a nosotros como la noche. Y es como ese libro que encontramos en el estante sin buscarlo. Esas sombras a veces tienen, para mí, más carne que la carne de los días que corren. He leído mucho a Ib Arabi, a Kabir, a Rumi, a Tukaram, y el poema de Mussag-ag-Amastan me es muy grato y lo leo recurrentemente. He ahí mis influencias más vitales, creo.
Hubo, sin embargo en mi vida una serie de sucesos que cambiaron el rumbo de mi poesía. Uno sin duda fue el amor no correspondido y todo el dolor que arrastré insidiosamente años y años. Pero me di cuenta, un poco tarde quizá, que eso era justamente lo que tenía que vivir para adelantarme a mis vicios. No sé qué busco exactamente pero busco. Y ésa es la segunda gran convicción en mi vida, la búsqueda. Sé que hay un estado más allá y eso es lo que quiero. No me preocupo mucho tampoco por eso porque también tardé mucho en darme cuenta de que si llegará, llegará solo. Precisamente eso me llevó a la decisión del tema de Doctorado, pues he decidido trabajar poetas místicos mexicanos.
En la licenciatura conocí a Javier Sicilia, y su obra mística es un verdadero asidero para mí. En la maestría conocí a la poeta mexicana Elsa Cross. Ella fue mi piedra de toque en el misticismo. Recuerdo que una vez llevaba tímidamente mis poemas para que los leyera y antes de que yo le pudiera decir nada, se acercó a mí y me dijo con su voz pausada. “Afhit, ¿tú escribes, verdad?” Entonces leyó mis escritos. Eran poemas rabiosos y lacerantes. Fue ella quién me dijo “a otra cosa, mariposa”, y me regañó mucho. He leído toda su obra y me ha orientado en esta vía. A ella va mi amor siempre.
Otro amigo me dijo que la imito. Y es cierto pero en parte. Ella, igual que yo, es muy clásica. En dado caso, ambos imitamos a toda la lista de poetas antiguos o llamados clásicos, creo. Al fin y al cabo, no puedo despegarme de lo que soy o de lo que pertenezco. Entre todo creo que no carezco de voz o de presencia poética. Algo he dicho, algo me falta por decir, también.
Y sobre eso escribo. He vivido muchas cosas gratas e ingratas, pero siento que me falta mucho. Lo sé porque la vida me lo ha dicho en breves y luminosos instantes. No puedo explicarlo, pero así es. He tenido sueños donde me inunda un océano de luz que me llena el corazón de amor purísimo. Y creo que experiencias de esa naturaleza es la poesía. Todos debemos vivirlas en ciertos momentos, creo; esa conciencia eterna nos llegará tarde o temprano a todos los hombres. La religión tendría que servir para eso, pero a veces pienso que más bien obstaculiza la experiencia personal y creo que unas de las instituciones que más daño le han hecho a la humanidad es la Iglesia. Por eso unos hallan dicha experiencia en el arte, otros en las drogas, otros más en el erotismo. Todas estas vías son correctas, a pesar de sus respectivas consecuencias. Conocer a Dios o al Cosmos entero (o al Logos, a Brahma, o cómo sea que le nombremos) en un solo instante es lo único que yo pudiera compartir con la gente que valiera la pena. No tengo grandes riquezas. Trato de ser humilde y de no estorbarle a nadie. Es lo único que creo que debo darle a los demás.
Y sin embargo me falta mucho por recorrer. Ahora que lo escribo, veo que eso tampoco me mantiene muy preocupado. Como ya dije, si llegará, llegará solo y en su momento. Me preguntan que qué creo que es la poesía y qué creo que se está escribiendo ahora. Yo creo que ahora se está escribiendo lo mismo que siempre se ha escrito. Que seguimos preocupándonos por lo mismo de siempre. No creo que nadie sea capaz de decir nada nuevo, o de forma plenamente novedosa. Las vanguardias ya casi cumplen 100 años y los poetas siguen experimentando con lo que les señaló el surrealismo o el ultraísmo, por ejemplo. Creo que eso está muy bien. También está muy bien aquéllos que experimentan con las formas clásicas pues la poesía es capaz de abarcarlo todo. De decirlo todo de todas las maneras posibles.
Justo ahora que escribía “posible” tuve un lapsus y escribí “poesible”. Creo que tiene mucho sentido también. El mundo entero, toda la vida, todo lo que ya pasó y lo que nos espera por vivir. La muerte, el silencio, el amor. La levedad y la gravedad. El lecho tibio de los amantes. El beso y la puñalada. La más pequeña de las hojas de hierba o el cielo entero. Todo es, no sólo posible, sino “poesible” también.

Afhit Hernández.
Verano 2008.