martes, 17 de febrero de 2009

Metzxóchitl



En el filo de la alberca,
sobre sus hombros de bronce limpio,
resbala una gota de cerveza.

Todos tiritamos de frío,
y llueve,
pero el agua de la alberca se siente tibia,
y se nos olvida el mañana
entre las olitas blandas de la noche.

De repente, Metxóchitl se queda callada.
Mira un punto perdido,
como si quisiera atrapar con la mirada algún recuerdo
una fotografía, una canción, un perfume
que ya nunca volverá.
Y se sumerge.

Yo, la miro en lo profundo.
Supongo que allí todo es silencio.
Allí, su cuerpo flota,
y aguarda la respiración
como si no quisiera salir nunca.

Y me sumerjo.
Y la contemplo como dormida
en el fondo de algún océano inconcebible,
ahogada de nostalgia y de alegría.
Como Afrodita en el mar de Chipre,
con su fondo lleno de palomas de alabastro.

Cuando emergió,
era más ella, más Metzxóchitl.
Y así, con el cabello enredado entre su cuello,
parecía más que nunca una bella ofrenda
lista para tendérsela al destino.

3 comentarios:

Ibán de León dijo...

Los cuatro poemas me han conmovido y me han dejado una especie de sosiego. Tal vez así debamos querer a nuestros seres queridos (a pesar de la redundancia), con poesía. Felicidades, Afhit. Hay también aquí otro tono de voz, que no te conocía, y me parece estupendo, me toma de la vista y me invita a seguir leyendo.

Afhit Hernández dijo...

Ibán, muchas gracias por tus palabras. No esperaba nada de los poemas. Y quizá no son tan buenos, pero creo que el amor que deposité en ellos nunca será amor desperdiciado. De hecho, te me adelantaste. Lee el tuyo, el que dediqué a tu nombre y a tu ser. Sí, se debe definitivamente amar con la poesía.
Es así.
Afhit.

Alma Karla dijo...

Precioso.